16/12/2024

Lc 24, 13-35

EVANGELIO

Lo reconocieron al partir el pan.

Del santo Evangelio según san Lucas: 24, 13-35 

El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos, pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”.

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?”. Él les preguntó: “¿Qué cosa?”. Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.

Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?”. Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”. 

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 

PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35)

«El Señor le ha dado a los hombres un corazón de carne, un corazón suave, para que sientan y tengan los mismos sentimientos que Cristo.

Pero el pecado, las malas experiencias, su mal comportamiento, las dificultades y circunstancias adversas, han endurecido su corazón. Se les han cerrado los ojos y los oídos por el miedo y la tristeza, y viendo no ven y oyendo no oyen.

En medio de su desesperanza han perdido la fe, se han olvidado de creer, se han olvidado de amar, reprimen sus sentimientos y se resisten a sentir para no sufrir, pero también a ser amados. Han perdido la ilusión y la inocencia, han dejado de creer. Porque no han puesto su esperanza en Dios sino en el hombre.

Jesucristo, el Hijo de Dios, que vino al mundo para morir por los hombres para salvarlos, ha resucitado. Él es verdadero hombre y verdadero Dios. No se puede separar. Él y el Padre son uno. En Él está puesta nuestra esperanza. 

Pide a tu Padre Dios que te conceda un corazón nuevo, un corazón suave, de carne, semejante al corazón de Cristo, para que tengas sus mismos sentimientos, y abras tus ojos y veas, y abras tus oídos y escuches. Deja que arda de amor tu corazón. Entonces se disipará toda tristeza y reconocerás a tu Señor, que ha resucitado y vive en ti y en tus hermanos.

Reconócelo en la persona del sacerdote al partir el pan bajado del cielo. Son uno. Recibe de las manos del mismo Cristo el alimento que te da vida eterna, que es su cuerpo y su sangre, que es Eucaristía, y siente en tu corazón la alegría de participar en la vida de su resurrección. 

¡Aleluya! ¡El Señor ha venido a visitarnos! ¡Cristo vive en medio de nosotros!».