16/12/2024

Lc 24, 35-48

EVANGELIO

Está escrito que Cristo tenía que padecer y tenía que resucitar de entre los muertos al tercer día.

Del santo Evangelio según san Lucas: 24, 35-48  

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?”. Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: “Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”. 

PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48)

«La paz es el dulce fruto que Cristo resucitado nos vino a traer.

Paz de espíritu, para los condenados que Él, con su muerte en la Cruz, ha salvado. 

Paz interior, que da la seguridad de saberse hijos de Dios, que tanto nos ha amado que ha enviado a su único Hijo para salvarnos.

Paz del alma, que reconforta, renueva, disipa toda tristeza, infunde alegría, quita todo miedo y temor, aumenta la confianza, rechaza toda duda, y siembra esperan-za.

Paz que puede alcanzar todo aquel que se vuelva a Dios para el perdón de sus pecados.

Pero para tener paz, los hombres deben primero creer en Jesucristo, el Hijo de Dios, en las Escrituras, y en que en Él se cumple toda profecía. Él es el mismo ayer, hoy y siempre.

Se ha cumplido lo que de Él estaba escrito, y se cumplirá hasta la última letra, cuando vuelva con todos su poder y su gloria, para juzgar a vivos y a muertos. 

Quien cumple sus mandamientos goza de la paz de su conciencia y espera con ilusión a que el Resucitado vuelva para llevarlo con Él a vivir en su paraíso. 

Recibe la paz de Cristo, a través del sacramento de la Reconciliación. Deja que convierta tu corazón, para que arda de amor y de celo apostólico.

Reconócelo en la Eucaristía, siéntate en su mesa y come con Él. Aliméntate de Él, y pídele que te abra el entendimiento para que comprendas su palabra, y puedas transmitirla a los demás, dando testimonio de su amor, llevando su paz, para que lo conozcan, para que crean en Él y sean partícipes de la vida de su resurrección».