29/11/2024

Jn 12, 1-11

EVANGELIO

Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura.

Del santo Evangelio según san Juan: 12, 1-11  

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Martha servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.

Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: “¿por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?”. Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.

Entonces dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”.

Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús. sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús. 

PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Juan 12, 1-11)

«Para Dios es todo el honor y la gloria, por siempre y para siempre. El hombre que ama a Dios debe amarlo por sobre todas las cosas, y manifestarlo con obras y actos de amor.

Debe honrarlo, reconociendo a Jesucristo como su único Hijo, verdadero hombre y verdadero Dios, que ha venido a traerle a los hombres la salvación por medio de su pasión y muerte en la cruz, en la que honra a su Padre dándole a los hombres la dignidad de hijos de Dios.

Debe reconocer a Cristo como Rey de reyes y Señor de señores, alabarlo, adorarlo, creer en su presencia viva en la Sagrada Eucaristía, y recibirlo, para ungirlo con el perfume de la santidad, que lucha cada día por alcanzar.

El hombre malvado no honra ni alaba a Dios, sino que lo trata con indiferencia; no se desprende de sus bienes para presentar ofrendas a Dios, y hace parecer que es un derroche innecesario tratar al Rey con la majestad que merece. 

Honra tú a tu Señor. Bendice su nombre. Colabora con el cuidado y la belleza de sus templos, manteniendo dignos los altares, los vasos sagrados y ornamentos; procurando conservar tu dignidad como hijo de Dios, acudiendo a los sacramentos, escuchando su palabra y poniéndola en práctica, luchando por vivir las virtudes para ungir al Señor con el perfume de tu santidad, y que el aroma de tus buenas obras se extienda a toda la Iglesia, para que otros se motiven a hacer obras de caridad, desprendiéndose de sus bienes con generosidad, para darle al Rey lo que es suyo.

Honra a Cristo en la persona del sacerdote, ayudándolo a manifestar su dignidad sagrada, con su santidad, y orando por él, para sostenerlo al pie de su cruz, para que se entregue con Cristo y persevere hasta el final, para darle a Dios todo el honor y la gloria».