29/11/2024

Jn 19, 25-27

EVANGELIO

Ahí está tu hijo. Ahí está tu madre.

Del santo Evangelio según san Juan: 19, 25-34  

En aquel tiempo, estaban junto a la cruz de Jesús, su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: “Tengo sed”.

Había allí un jarro lleno de vinagre. Y sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. 

PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Jn 19, 25-34)

«Qué regalo más grande le ha dado Dios a la humanidad: le ha dado a su único Hijo, para que todo el que crea en Él se salve.

Y qué regalo más grande le ha dado el Hijo de Dios a la humanidad: le ha dado su cuerpo y su sangre, derramada hasta la última gota, donándose totalmente como ofrenda en un único y eterno sacrificio, para el perdón de los pecados de los hombres.

Y les ha dado a su Madre. Les ha dado la compañía de María.

Y qué regalo más grande les ha dado la Madre que los ha acogido como verdaderos hijos, para ayudarlos a aceptar su propia salvación a través de la cruz, porque Dios se dona, pero no impone; no es un Dios invasivo, sino un Dios amoroso, misericordioso y compasivo, que les ha dado el regalo de la libertad, para que cada uno acepte la salvación y la vida eterna en el paraíso, por su propia voluntad.

Y qué regalo más grande les ha dado el discípulo más amado de Jesús al aceptar, en nombre de la humanidad, a la Madre, como verdadera madre, y llevarla a vivir a su casa, que es la Santa Iglesia, el Reino de Dios en la tierra, en donde la Madre reúne a todos sus hijos, para que reciban la misericordia de Dios derramada de la Cruz. 

Contempla la cruz, y contempla, al pie de la cruz, a la Madre Dolorosa de Jesús, que padece sus mismos sufrimientos: las heridas de su cuerpo y de su alma, en su corazón inmaculado traspasado de dolor, que sufre por ti, por tus pecados crucificados en el cuerpo de su Hijo; y que te perdona, porque te ama y, en medio de su dolor, se alegra, porque sabe que el tormentoso sacrificio de la cruz, en el que muere su Hijo, a ti te salva.

Acepta los regalos de Dios, y recibe a su Madre como verdadera madre, comportándote como verdadero hijo, llevándola a vivir contigo, para que te acompañe, acogiéndote a su protección y auxilio. Corresponde y agradece el maravilloso regalo de Cristo, que le dice: “Mujer, ahí está tu hijo”; y que a ti te dice: “Ahí está tu Madre”».