EVANGELIO
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 2-11
En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.
Jesús les respondió: ‘‘Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”.
Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: “¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino. Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él”.
PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Mateo 11, 2-11)
Alégrense todos los hijos de Dios, porque siendo esclavos, Él nos ha hecho hijos y herederos del Reino de los cielos.
Alégrense, porque el Hijo de Dios, que ha bajado del cielo para engendrarse en el vientre de la Virgen María, ha nacido en medio del mundo para revelarse, para darse a conocer, para que, quien lo conozca a Él, conozca al Padre que está en el cielo.
Alégrense, porque el Cordero de Dios, ha dado la vida por todos los hombres para salvarlos, ha resucitado y ha subido al cielo, y volverá de nuevo con todo su poder para llevar a ocupar la morada, que Él mismo ha preparado en su Paraíso, a todo el que crea en Él.
Alégrense cielos y tierra, porque nos gobierna el Rey, Hijo de Dios Todopoderoso, justo y misericordioso, que nos ha conferido la dignidad de hijos, a través del bautismo de fuego con el que Él nos ha bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Reconócete tú pecador, indigno heredero de los tesoros del cielo, que Nuestro Señor Jesucristo para ti ha merecido con su sacrificio en la Cruz, y alégrate acudiendo a la Santísima Virgen María, que es causa de tu alegría, porque siempre te lleva a Jesús.
Si estás perdido en medio de la obscuridad, navegando sin saber a dónde vas, ella es como el faro que alumbra en medio de la noche y, a pesar de los fuertes vientos y de la tempestad, te conduce hacia puerto seguro.
Pide su intercesión para que seas testigo de la misericordia de Cristo, y no impidas la acción del Espíritu Santo sobre ti.
Déjate iluminar con su luz para que otros, a través de ti, conozcan a Jesús, y lo reciban a través de su Palabra y de la Eucaristía, en cuerpo, en sangre, en presencia viva, para que sean con Él uno, y lleven con alegría el mensaje del Señor a todo el mundo: “Rectifiquen sus caminos, conviertan sus corazones”.
Y alégrate de participar de la gloria anticipada de Dios en cada misa, en cada Eucaristía».