EVANGELIO
Les mandó que no lo publicaran, para que se cumplieran las palabras del profeta.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 12, 14-21
En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Jesús para acabar con él. Al saberlo, Jesús se retiró de ahí. Muchos lo siguieron y él curó a todos los enfermos y les mandó enérgicamente que no lo publicaran, para que se cumplieran las palabras del profeta Isaías:
Miren a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi Espíritu, para que haga brillar la justicia sobre las naciones. No gritará ni clamará, no hará oír su voz en las plazas, no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea, hasta que haga triunfar la justicia sobre la tierra; y en él pondrán todas las naciones su esperanza.
PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Mateo 12, 14-21)
«Jesucristo es el Hijo de Dios, una sola persona con dos naturalezas distintas, humana y divina. No es mitad hombre y mitad Dios, sino que es totalmente hombre y totalmente Dios.
Él vino al mundo para hacerse camino, para que los hombres puedan llegar a Dios. Y fue probado en todo como hombre, menos en el pecado, soportando toda clase de sufrimientos, sostenido por el poder de Dios.
Todo hombre debe admirarse de Él, de su virtud, de su entrega en su pasión, porque, aunque una sola palabra hubiera bastado para destruir a sus enemigos y la maldad de los hombres, y para detener su sufrimiento, no abrió la boca.
Y aunque una sola gota de sangre hubiera bastado para salvar al mundo entero, quiso derramarla hasta la última gota, para entregar su humanidad por completo en las manos de Dios, para manifestar al mundo su amor derramando su misericordia.
Agradece tú el sacrificio que por ti hizo tu Señor.
De hombre a hombre te entregó su corazón, y de Dios a hombre te dio la vida eterna.
Comprende que su muerte en la cruz es un sacrificio de una vez y para siempre, pero que se renueva en el altar, en cada Eucaristía.
En cada consagración muere y resucita en las manos del sacerdote, para entregarse a ti como Dios y como hombre, en Cuerpo y en Sangre, en Alma, en Divinidad, en presencia viva, para alimentarte, para darte vida.
Reconócete un simple hombre pecador, y aprende de tu Maestro a entregar a Dios tu vida, sabiendo que tú solo nada puedes, pero que todo lo puedes sostenido por la gracia de Dios».