SANTO ROSARIO, ARMA PODEROSA

Escrito el 02/04/2025
gelizondo12

SANTO ROSARIO, ARMA PODEROSA

Reflexión para sacerdotes desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

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Madre nuestra: conocemos la eficacia del Santo Rosario, y sabemos que es una devoción que te agrada mucho, porque tú misma has pedido que lo recemos. Pero puede pasar que nuestras constantes ocupaciones en el ministerio sacerdotal nos dificulten dejar lo que haga falta para rezarlo con atención y devoción.

Ayúdanos, Madre, a ser buenos hijos, cantándote a diario lo que es para ti una dulce melodía.

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«Hijos míos, sacerdotes: el Santo Rosario es un regalo para ustedes. Es un sacramental, un escudo de protección para los ataques del demonio. Es el arma más poderosa que yo les doy para que luchen en esta batalla por el triunfo de mi Inmaculado Corazón. Es además un instrumento de gracia, porque, cuando lo usan para rezar, para pedir, para interceder, para agradecer, para adorar a Dios, Él los escucha y los atiende, porque en cada cuenta del Rosario ustedes tienen mi intercesión, mi protección, los dones del Espíritu Santo, para que libren todas las batallas.

Ante el rezo del Rosario, hijos míos, el demonio no puede nada, porque quien lo reza tiene la gracia de Dios. ¡Úsenlo! No sólo alaban mi nombre y alegran mi corazón, sino que consiguen todo lo que piden, aunque no en el tiempo de ustedes, sino en los tiempos de Dios, que sólo les da cuándo, cómo, dónde, y lo que les conviene, para asegurar el perfeccionamiento de sus almas y su salvación.

No desesperen cuando no obtienen lo que quieren a la hora de rezar. Yo les aseguro que de ese sacrificio ustedes obtienen mi mirada y la mirada de mi Hijo, de quien obtienen la misericordia de Dios.

El Rosario une a la familia. Pero lo tienen que rezar, hijos míos. Como amuleto no sirve. Muchos lo llevan como adorno en el cuello, como una especie de señal, como si al verlo el demonio se asustara y tuviera miedo de atacar. No es así, hijos míos, se están confundiendo.

El Rosario se los he dado para rezar. Es la acción la que da la eficacia al objeto. Y, si bien es un sacramental, no basta con llevarlo en sus ropas o unido a sus cuerpos, hay que usarlo para que derrame la gracia y triunfe siempre el bien sobre el mal. Es un instrumento de fe, pero la fe, si no tiene obras, está muerta.

Pongan su fe por obra y repitan con devoción: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Es una petición, es una invocación, es una alabanza, es un reconocimiento a la maternidad divina de la Madre de Dios, y a la humanidad total del Hijo de Dios, como total es su divinidad.

Además, si ustedes meditaran los misterios del Santo Rosario, encontrarían paz para sus almas.

Hijos míos: la Santa Misa es una gran celebración, la más grande. Son las bodas del Cordero, y la conmemoración del plan de Dios para llevar a todas las almas al cielo, en ese cielo en el que también vivo yo, y que quiero que ustedes, mis hijos, conozcan, para que lleguen a la gloria eterna de Dios.

El Santo Rosario es la meditación, el rezo, y la contemplación del plan divino de Dios, y la Santa Misa es la ejecución de ese plan divino en la eternidad de Dios, en el que a todos ustedes los reúne conmigo.

El Espíritu Santo se hace presente para que todos juntos adoremos y alabemos a Dios en ese cuerpo y en esa carne, que es pan vivo bajado del cielo, verdadero alimento y bebida de salvación.

Es mi Hijo el Cordero de Dios que se hace presente, y se hace uno con el sacerdote. Es Dios, que se encarna en mi vientre, que nace, que vive, que compadece y padece, que se derrama en misericordia para alimentar a su pueblo, para perdonarlos, para morir absolviendo sus pecados y resucitando para darles vida eterna.

Esa es la Santa Misa. El Santo Rosario contempla y medita lo que sucede verdaderamente en la Santa Misa, uniéndose al santo pueblo de Dios, a todas las almas: a los santos, a las almas purgantes, a las almas que aún caminan por el mundo con el riesgo de no creer en que el Hijo único de Dios ha sido enviado al mundo para ser camino, porque es la verdad y la vida.

Yo quiero que ustedes, mis hijos sacerdotes, sean pequeños, como niños, con esta meditación, contemplando y rezando el Santo Rosario conmigo, con el que yo misma adoro y alabo a mi Hijo, para glorificar a Dios.

Cada Rosario es una ofrenda, una rosa que derrama su perfume, una súplica que yo misma le entrego al Padre. Esa es la grandeza de esta oración. Y el Padre les concede todo, porque se lo pido yo.

Hijos míos: ¿ustedes creen que mi Hijo, al verme a los ojos, quiera concederme todo lo que le pida?

Que la fuerza del Santo Rosario, rezado con devoción, atraiga a todos los hijos de la Santa Iglesia al Sagrado Corazón de mi Hijo Jesucristo, para que sean llenos de su gracia y de su misericordia.

Yo los acompaño en cada cuenta del Rosario».

¡Muéstrate Madre, María!

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