Testimonio de Madre Espiritual


TESTIMONIO DE
MADRE ESPIRITUAL
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le
acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron.
Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”» (Mt 28, 9-10)

Hijo mío, sacerdote: ¡Alégrate! ¡El Señor, Cristo Jesús, que murió por ti en la cruz, para salvarte, ha resucitado!
¡Aleluya! ¡El Señor está vivo!

Ha venido a presentarse ante las santas mujeres, para que sean sus primeros testigos. Ellas, que no lo abandonaron en el momento del suplicio de la cruz, que lloraron y meacompañaron, ofreciendo sus lágrimas a Dios, uniéndolas al único, eterno y agradable sacrificio: la muerte de Jesús, el Maestro, el Mesías, el Rey verdadero, el Hijo único de Dios, en la cruz.
Por eso, ellas merecieron ser los primeros testigos de Cristo resucitado, glorioso y vivo.
Mujeres valientes, de gran fe, que lo siguieron en medio del mundo y lo ayudaron con sus bienes, mientras Él anunciaba el Reino de los cielos en la tierra, y hacía milagros y toda clase de obras buenas.
Por eso la mujer tiene gran poder. Su testimonio es veraz, y eso es lo que está llamada a hacer en la Iglesia: dar testimonio de la verdad, llevar al mundo la buena nueva, para que otros, incluyendo los apóstoles de Cristo, a través deltestimonio de ellas, vean y crean.
La veracidad del testimonio de una mujer en la Iglesia es su fe puesta en obras, imitando y practicando mis virtudes. Yo soy su maestra.
El Espíritu Santo ha infundido un corazón de madre en las santas mujeres que dan testimonio de Cristo vivo en estos tiempos. Un corazón encendido del amor de Cristo, como el mío, para amar con la fuerza de la maternidad. Algo que ningún hombre puede alcanzar, pero que es más fuerte que cualquier amor, y puede superar cualquier obstáculo, cualquier prueba, rechazar cualquier tentación, y seguir adelante dando la vida, haciendo todo por amor de Dios, porque ellas me acompañan, me siguen. Delante de ellas, siempre voy yo.
Y el que no les crea, al menos crea por sus obras de caridad, a través de las cuales viven la misericordia. Esto lo hacen todos los días en sus casas, con sus familias, en sus trabajos, en sus quehaceres, cumpliendo sus deberes, testimoniando su amor por Cristo y por María, haciendo especialmente la caridad con los más necesitados, con los despreciados del mundo, con los crucificados, que han sido sacramentalmente con Cristo configurados: ustedes, mis hijos sacerdotes. Madres Espirituales yo las llamo, porque tienen un corazón como el mío, en el que acogen, no solo a los hijos que son fruto de sus vientres, carne de su carne, sino a los hijos que el Espíritu Santo les da, hijos espirituales sacerdotes, que necesitan escuchar buenas noticias, que necesitan sentir mi ternura y mi presencia maternal junto a ustedes, que se den cuenta que estoy aquí, y estoy viva, porque vivo con Cristo, por Él y en Él, por quien todos viven.
Y así como Él ha sido glorificado por su Padre con la gloria que tenía antes de que el mundo existiera, yo he sido glorificada por Él con esa misma gloria.
Y así como Él está sentado a la derecha de su Padre en el cielo, y vive en medio de ustedes al mismo tiempo, yo estoy junto a Él: me ha hecho Reina del cielo y de la tierra, y tengo el poder de permanecer junto a cada uno de mis hijos, para enseñarlos y ayudarlos a que hagan lo que Él les diga.
Las Madres Espirituales me acompañan. Su testimonio es veraz, porque yo doy testimonio de ellas. Yo las envío, y ellas hacen lo que yo les digo, comprendiendo en sus corazones, a través de la oración y de la adoración eucarística, todo lo que les digo.
Ellas son dignas de confianza. A través de ellas acepta tú mi compañía, la compañía de María, para que tú también des testimonio veraz de Cristo resucitado y vivo, que obra a través de ti y da testimonio de ti frente al Padre, mientras yo intercedo para que sobre ti derrame su misericordia.
Hijo mío: ¡CRISTO ESTÁ VIVO! ¡HA RESUCITADO!
¡VIVA EL REY!
¡ALELUYA!

«Ciertamente las mujeres estaban sorprendidas y asustadas (cf. Mc 16, 8; Lc 24, 5). Ni siquiera ellas estaban dispuestas a rendirse demasiado fácilmente a un hecho que, aún predicho por Jesús, estaba efectivamente por encima de toda posibilidad de imaginación y de invención. Pero en su sensibilidad y finura intuitiva ellas, y especialmente María Magdalena, se aferraron a la realidad y corrieron a donde estaban los Apóstoles para darles la alegre noticia.
El Evangelio de Mateo (28, 8-10) nos informa que a lo largo del camino Jesús mismo les salió al encuentro, las saludó y les renovó el mandato de llevar el anuncio a los hermanos (Mt 28,10). De esta forma las mujeres fueron las primeras mensajeras de la resurrección de Cristo, y lo fueron para los mismos Apóstoles (Lc 24, 10). ¡Hecho elocuente sobre la importancia de la mujer ya en los días del acontecimiento pascual!
(San Juan Pablo II, Audiencia general, 1.II.89)

¡Muéstrate Madre, María!

(Pastores, n. 217)

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES