Domingo III del Tiempo Ordinario (ciclo C)
DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS
(Comentarios sobre las Lecturas propias de la Santa Misa para meditar y preparar la homilía)
- DEL MISAL MENSUAL
- BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
- SAN AMBROSIO (www.iveargentina.org)
- FRANCISCO – Ángelus 2016 y 2022 – Homilías en Santa Marta
- BENEDICTO XVI – Ángelus 2010 y 2013
- DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
- RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
- PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
- FLUVIUM (www.fluvium.org)
- PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
- BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
- Homilías con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II
- Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
- Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
- HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
- Rev. D. Bernat GIMENO i Capín (Barcelona, España) (www.evangeli.net)
- EXAMEN DE CONCIENCIA PARA EL SACERDOTE – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
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Este subsidio ha sido preparado por La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes, para ponerlo al servicio de los sacerdotes, como una ayuda para preparar la homilía dominical.
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DEL MISAL MENSUAL
EL HOY DE LA SALVACIÓN
Neh 8, 2-4. 5-6. 8-10: 1 Cor 12, 12-30; Lc 1, 1-4; 4, 14-21
La escena de la sinagoga de Nazaret tiene un peso especial en el Evangelio de san Lucas. Es un evento programático, donde el Señor Jesús expone el alcance y el propósito de su misión. No es un predicador improvisado, sino todo lo contrario, ha escogido con anticipación un pasaje del profeta Isaías para encuadrar su misión. La buena nueva que Jesús habrá de proponer tiene un objetivo y unos destinatarios precisos. Los pobres, oprimidos y cuantos conozcan cualquier tipo de limitación a la libertad y la vida plena, serán los beneficiarios inmediatos de su misión. Ni los pobres, ni los prisioneros son personas de mejor calidad moral que los demás; sin embargo, son los predilectos de Dios, que es Padre justo y bueno y se compadece de su vulnerabilidad. El tiempo de las promesas quedó atrás. A partir de ese momento comienza el hoy de la salvación.
ANTIFONA DE ENTRADA Sal 95, 1. 6
Canten al Señor un cántico nuevo, hombres de toda la tierra, canten al Señor. Hay brillo y esplendor en su presencia y en su templo, belleza y majestad.
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, dirige nuestros pasos de manera que podamos agradarte en todo y así merezcamos en nombre de tu Hijo amado, abundar en toda clase de obras buenas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
El pueblo comprendía la lectura del libro de la ley.
Del libro de Nehemías: 8, 2-4.5-6. 8-10
En aquellos días Esdras, el sacerdote, trajo el libro de la ley ante la asamblea, formada por los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón.
Era el día primero del mes séptimo, y Esdras leyó desde el amanecer hasta el mediodía, en la plaza que está frente a la puerta del Agua, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley.
Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera, levantado para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista del pueblo, pues estaba en un sitio más alto que todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo entonces al Señor, el gran Dios, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: ¡Amén!”, e inclinándose, se postraron rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicaban el sentido, de suerte que el pueblo comprendía la lectura.
Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que instruían a la gente, dijeron a todo el pueblo: “Éste es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén ustedes tristes ni lloren (porque todos lloraban al escuchar las palabras de la ley). Vayan a comer espléndidamente, tomen bebidas dulces y manden algo a los que nada tienen, pues hoy es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén tristes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza”.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 18, 8. 9. 10. 15
R/. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
La ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma; inmutables son las palabras del Señor y hacen sabio al sencillo. R/.
En los mandamientos del Señor hay rectitud y alegría para el corazón; son luz los preceptos del Señor para alumbrar el camino. R/.
La voluntad de Dios es santa y para siempre estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. R/.
Que sean gratas las palabras de mi boca y los anhelos de mi corazón. Haz, Señor, que siempre te busque, pues eres mi refugio y salvación. R/.
SEGUNDA LECTURA
Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de él.
De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 12, 12-30
Hermanos: Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: “No soy mano, entonces no formo parte del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: “Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿con qué oiríamos? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿con qué oleríamos? Ahora bien, Dios ha puesto los miembros del cuerpo cada uno en su lugar, según lo quiso. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Cierto que los miembros son muchos, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”; ni la cabeza a los pies: “Ustedes no me hacen falta”. Por el contrario, los miembros que parecen más débiles son los más necesarios. Y a los más íntimos los tratamos con mayor decoro, porque los demás no lo necesitan. Así formó Dios el cuerpo, dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no haya división en el cuerpo y para que cada miembro se preocupe de los demás. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; y cuando recibe honores, todos se alegran con él.
Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de él. En la Iglesia, Dios ha puesto en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en tercer lugar, a los maestros; luego, a los que hacen milagros, a los que tienen el don de curar a los enfermos, a los que ayudan, a los que administran, a los que tienen el don de lenguas y el de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos el don de curar? ¿Tienen todos el don de lenguas y todos las interpretan?
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Lc 4, 18
R/. Aleluya, aleluya.
El Señor me ha enviado para llevar a los pobres la buena nueva y anunciar la liberación a los cautivos. R/.
EVANGELIO
Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1,1-4; 4,14-21
Muchos han tratado de escribir la historia de las cosas que pasaron entre nosotros, tal y como nos las trasmitieron los que las vieron desde el principio y que ayudaron en la predicación. Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado.
(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región. Fue también a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
Palabra del Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe, Señor, benignamente, nuestros dones, y santifícalos, a fin de que nos sirvan para nuestra salvación. Por Jesucristo nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Sal 33,6
Acudan al Señor; quedarán radiantes y sus rostros no se avergonzarán.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Concédenos, Dios todopoderoso, que al experimentar el efecto vivificante de tu gracia, nos sintamos siempre dichosos por este don tuyo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
Leían el libro de la Ley explicando el sentido (Ne 8,2-4a.5-6.8-10)
1ª lectura
El texto de este capítulo forma parte de las «memorias de Esdras» aunque el autor sagrado lo ha situado dentro del relato de la reconstrucción de la ciudad. Resalta así la importancia de la Ley en la configuración de la nueva etapa de la historia del pueblo elegido, que para el autor sagrado comienza con la reconstrucción de su vida nacional y religiosa llevada a cabo por el sacerdote Esdras y el laico Nehemías. No se conoce con exactitud el año que sucedió lo que aquí se narra, ni el contenido exacto de la Ley que fue proclamada en esa ocasión. Posiblemente se trataría de una parte considerable de lo que actualmente constituye el Pentateuco.
La lectura y explicación de la Ley no tuvo lugar en el recinto del Templo; el pueblo se reunió alrededor del estrado preparado al efecto fuera del Santuario. Si desde el reinado de Salomón hasta la caída de Jerusalén en manos de Nabucodonosor la actividad religiosa se había centrado en el culto del Templo, a partir del destierro fue configurándose en torno a la Ley mediante la institución de la sinagoga. Los deportados, al no poder acudir a la Casa del Señor, se reunían en casas particulares o al aire libre para escuchar la lectura de textos legales y proféticos. La reunión solemne, celebrada en una explanada delante de las murallas, testimonia que en esta nueva etapa protagonizada por Esdras la Ley del Señor estaba pasando a ocupar un lugar preferente en la vida religiosa del pueblo, y que era ya más importante que la ofrenda de víctimas para el sacrificio.
Al escuchar la lectura de los mandamientos de la Ley, el pueblo llora porque no cumplen muchos de ellos y podría sobrevenirles un castigo de parte de Dios. Pero Esdras y los levitas les harán comprender que se trata de recomenzar a partir de ese día, considerado, por ello mismo, «santo». Era el día festivo del comienzo del año civil (cfr Lv 23,24-25; Nm 29,1-6).
La proclamación de la Ley aparece ligada a la celebración de la fiesta de las Tiendas. Esa celebración había sido ya mencionada, más brevemente, en Esd 3,4-6, pero ahora presenta la novedad, sin duda debido a la interpretación de Esdras, de que las tiendas se construyen con los ramos cortados en el monte (cfr Lv 23,39-43). De la fiesta de la Expiación, en cambio, que se celebraba el día diez de ese mes (cfr Lv 23,26-32) no se hace mención. Durante los siete días de la fiesta de las Tiendas Esdras sigue haciendo la lectura de la Ley tal como prescribía Dt 31,9-13 para cuando la fiesta caía en año sabático. En estas acciones de Esdras y de los levitas, maestros de la Ley, puede verse el inicio de lo que sería la «gran sinagoga», órgano oficial del judaísmo durante los siglos siguientes para interpretar la Ley y discernir cuáles eran los libros sagrados. La lectura de los libros de la Ley se convierte en lo sucesivo en el medio más importante de encuentro con Dios y escucha de su palabra.
El Cuerpo Místico de Cristo (1 Co 12,12-30)
2ª lectura
De la comparación de la Iglesia con un cuerpo deduce San Pablo dos características importantes: la identificación de la Iglesia con Cristo (v. 12) y el reconocimiento del Espíritu Santo como principio vital (v. 13). La identificación de la Iglesia con Cristo transciende el ámbito de la metáfora: «Cristo entero está formado por la cabeza y el cuerpo, verdad que no dudo que conocéis bien. La cabeza es nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que resucitó de entre los muertos, está sentado a la diestra del Padre. Y su cuerpo es la Iglesia. No esta o aquella iglesia, sino la que se halla extendida por todo el mundo. Ni es tampoco solamente la que existe entre los hombres actuales, ya que también pertenecen a ella los que vivieron antes de nosotros y los que han de existir después, hasta el fin del mundo. Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de los fieles —porque todos los fieles son miembros de Cristo—, posee a Cristo por Cabeza, que gobierna su cuerpo desde el Cielo. Y, aunque esta Cabeza se halle fuera de la vista del cuerpo, sin embargo, está unida por el amor» (S. Agustín, Enarrationes in Psalmos 56,1).
El principio de la unidad orgánica de la Iglesia es el Espíritu Santo, que congrega a los fieles en una sociedad y, además, penetra y vivifica a los miembros, ejerciendo el mismo cometido que el alma en el cuerpo físico: «Y para que nos renováramos incesantemente en Él (cfr Ef 4,23) nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio puede ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o alma en el cuerpo humano» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 7).
La unión vital y la mutua acción de unos miembros en otros (v. 26) ha sido enseñada desde el principio por la Iglesia y confesada en el Credo con la fórmula Comunión de los Santos. «Esta expresión designa primeramente las “cosas santas” [sancta], y ante todo la Eucaristía, “que significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo” (Lumen gentium, n. 3). Este término designa también la comunión entre las “personas santas” [sancti] en Cristo que ha “muerto por todos”, de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 960 y 961).
«Aspirad a los carismas mejores» (v. 31). Según algunos manuscritos griegos se puede traducir: «Aspirad a carismas mayores». San Pablo alienta a sus cristianos a que, dentro de los múltiples dones del Espíritu Santo, valoren aquellos que son más importantes para el bien de la Iglesia: «El primero y más imprescindible don es la caridad con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Él (...). Pues la caridad, como vínculo de perfección y plenitud de la ley (cfr Col 3,14; Rm 13,10), rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 42).
Hoy se ha cumplido esta Escritura (Lc 1,1-4; 4,14-21)
Evangelio
Este año, correspondiente al Ciclo C, la mayor parte de los domingos leeremos los textos del Evangelio según San Lucas. Por eso, el texto de hoy comienza por el prólogo de San Lucas en el que expone, con un excelente lenguaje literario, sus intenciones al componer su obra: escribir una historia bien ordenada y documentada (v. 3) de la vida de Cristo desde sus orígenes, explicando también el significado salvífico de las cosas que se «han cumplido» (v. 1). Es, pues, una historia, pero que descubre en los acontecimientos el cumplimiento de las promesas de Dios: «Los Evangelios no pretenden ser una biografía completa de Jesús según los cánones de la ciencia histórica moderna. Sin embargo, de ellos emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo recogiendo testimonios fiables y trabajando sobre documentos sometidos al atento discernimiento eclesial» (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, n. 18).
A continuación, se nos comienza a relatar la actividad de Jesús en Galilea al inicio de su vida pública. De entrada se ofrece un breve resumen de la actividad de Jesús, que precede a la declaración en la sinagoga de Nazaret (4,14-15). En el centro del mensaje no está tanto la predicación del Reino de Dios, como en los otros sinópticos, sino la Persona misma de Jesús. En las pocas palabras del sumario se vuelve a mencionar al Espíritu: el Espíritu Santo, que intervino activamente en el nacimiento de Jesús y en los episodios de su infancia, es ahora quien gobierna su actividad: tras descender sobre Él en el Bautismo (3,22), le conduce al desierto (4,1) y le impulsa a la misión por Galilea (v. 14), «porque la humanidad de Cristo es un órgano conjunto con la divinidad misma, y por eso Cristo se mueve según el impulso de la divinidad» (Nicolás de Lira, Postilla super Lucam 4).
En el episodio de los vv. 16-20 se presupone el esquema del culto sinagogal de su tiempo. En el sábado, día de descanso y oración para los judíos (Ex 20,8-11), se reunían para instruirse en la Sagrada Escritura. Comenzaba la sesión recitando juntos la Shemá, resumen de los preceptos del Señor, y las dieciocho bendiciones. Después se leía un pasaje del libro de la Ley —el Pentateuco— y otro de los Profetas. El presidente invitaba a alguien de los allí presentes a dirigir la palabra (cfr Hch 13,15). A veces se levantaba alguno voluntariamente para cumplir el encargo. Así debió de ocurrir en esta ocasión. Jesús busca la oportunidad de instruir al pueblo (v. 16), y lo mismo harán después los Apóstoles (cfr Hch 13,5.15.42.44; 14,1; etc.). La reunión terminaba con la bendición sacerdotal (cfr Nm 6,22ss.), recitada por el presidente o un sacerdote si lo había, a la que todos respondían: «Amén».
Jesús lee el pasaje de Isaías 61,1-2, donde el profeta anuncia la llegada del Señor que librará al pueblo de sus aflicciones. Por tanto, hay dos noticias en el pasaje: la salvación que obrará Dios con su pueblo, y el hombre elegido, ungido, por el Señor para llevarla a cabo. Jesús enseña que ambas se cumplen en Él. Por una parte, porque con sus «hechos y palabras, Cristo hace presente al Padre entre los hombres» (Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 3). Por otra parte, porque al decir que la profecía se cumple en Él (v. 21), enseña que el mensaje de salvación no es otra cosa que Él mismo: «Al ser Él la “Buena Nueva”, existe en Cristo plena identidad entre mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser» (Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 13).
«Por lo cual me ha ungido» (v. 18). «Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo, o ungüento material, sino que fue el Padre quien le ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue en el Espíritu Santo» (S. Cirilo de Jerusalén, Catecheses 21,2).
«El año de gracia del Señor» (v. 19). Alude al año jubilar de los judíos, establecido por la Ley (Lv 25,8ss.) cada cincuenta años, para simbolizar la época de redención y libertad que traería el Mesías. La época inaugurada por Cristo, el tiempo de la Nueva Ley, es «el año de gracia», el tiempo de la misericordia y de la redención, que se alcanzarán cumplidamente en la vida eterna. De manera semejante, la institución del Año Santo en la Iglesia Católica tiene el sentido de anuncio y recuerdo de la Redención traída por Cristo y de su plenitud en la vida futura.
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SAN AMBROSIO (www.iveargentina.org)
Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I)
Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros.
1. Muchas cosas entre nosotros tienen los mismos orígenes y las mismas causas que entre los antiguos judíos: episodios semejantes se desarrollan con el mismo ritmo, con el mismo éxito; los acontecimientos se corresponden desde el comienzo hasta el fin. Pues, así como muchos, animados del Espíritu divino, profetizaron en aquel pueblo; otros, por el contrario, pretendían profetizar y traicionaban su profesión con sus mentiras, pues eran falsos profetas y no profetas, como Ananías, hijo de Azot. Ese pueblo tenía el don del discernimiento de espíritus para conocer a los que debía contar entre el número de los profetas y a los que, como un cajero experto, debía rechazarlos como fabricados de materia corrompida, desprovista del brillo y resplandor de la verdad. Del mismo modo, ahora, en la Nueva Alianza, han intentado escribir evangelios que los cajeros experimentados no han aprobado: uno tan solo, escrito en cuatro libros, les ha parecido digno de ser retenido.
2. Se cita otro evangelio que se dice escrito por los Doce. Basílides no ha temido escribir uno que se llama evangelio según Basílides. Se habla también de otro intitulado evangelio según Tomás. Yo he conocido otro atribuido a Matías. Hemos leído algunos, para que no se lean; los hemos leído para no ignorarlos; los hemos leído, no para retenerlos, sino para rechazarlos y para saber de qué se exalta el corazón de estos infatuados. Sin embargo, la Iglesia, con los cuatro libros del Evangelio que ella posee, llena el universo con sus evangelistas; con todos sus libros, los herejes no tienen ni siquiera uno. “Muchos”, en efecto, “han intentado”, pero les ha faltado la gracia de Dios. Muchos han recogido en una síntesis lo que en los cuatro evangelios les ha parecido más conforme con sus doctrinas envenenadas. De este modo, la Iglesia, que sólo tiene un evangelio, no enseña más que un solo Dios; mientras que ellos, con la distinción del Dios del Antiguo Testamento del Dios del Nuevo Testamento, han establecido, con la ayuda de muchos evangelios, no un solo Dios, sino muchos.
3. Como muchos, dice, han intentado. Han intentado, evidentemente, los que no pudieron acabar. Muchos, pues, han comenzado, pero no han acabado. Nos rubrica esto San Juan, con un testimonio explícito, cuando nos dice que muchos han comenzado. El que ha intentado lo ha hecho con un esfuerzo personal, y no ha terminado. No existe esfuerzo en los dones y en la gracia de Dios, que, cuando se difunde en un lugar, lo fertiliza tanto que la esterilidad cede su lugar a la abundancia. Ningún esfuerzo en Mateo, ningún esfuerzo en Marcos, ningún esfuerzo en Juan, ningún esfuerzo en Lucas, sino que ilustrados por el Espíritu Santo de todo: palabras y hechos, ellos han concluido su obra sin ningún esfuerzo. Tiene, pues, razón en decir: Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros o que abundan en nosotros.
4. La abundancia no deja lugar a desear; y en cuanto al feliz término, nadie lo duda, pues el resultado da fe de ello y el éxito testimonio. Así el Evangelio ha sido terminado y se extiende sobre todos los fieles del mundo entero, fertilizando todas las inteligencias y robusteciendo todos los corazones. Luego aquel que, fundado sobre la piedra, ha recibido con la plenitud de la fe una constancia inquebrantable, dice rectamente que se han cumplido entre nosotros; pues no son los milagros ni los prodigios, sino la inteligencia, la que hace discernir lo verdadero de lo falso a los que describen lo que el Señor ha hecho por nuestra salvación o que aplican su corazón a sus maravillas. ¿Qué hay tan razonable, cuando lees que aquellas cosas que han sido hechas superiores al hombre se han de atribuir a una naturaleza superior, y cuando se encuentran signos de mortalidad, hay que ver las afecciones del cuerpo que ha sido revestido? De esta forma, la inteligencia y la razón, no los milagros, son los que sirven de base a nuestra fe.
5. Como nos las trasmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y después ministros de la palabra. Esta frase no debe hacernos creer más en el misterio de la palabra que en escucharla. No se trata de una palabra articulada, sino de este verbo sustancial que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros. Comprendámoslo bien, los apóstoles no han sido ministros de una palabra cualquiera, sino de este Verbo divino. Sin embargo, se lee en el Éxodo que “el pueblo veía la voz del Señor”, es claro que la voz no se ve, sino que se oye; ¿qué es, pues, la voz, sino un sonido que no se ve con los ojos, sino que se percibe con los oídos? Por lo tanto, un pensamiento profundo es el que ha determinado a Moisés a afirmar que se ve la voz de Dios; se ve en la contemplación de la mente. Más en el Evangelio no es la voz lo que se ve, sino el Verbo, que es superior a la voz. Por eso dice el evangelista San Juan: Lo que era desde el principio; lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y nuestras manos tocaron acerca del Verbo de la Vida; y la vida se manifestó, y la hemos visto, y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna, la vida que estaba cabe Dios, y se manifestó a nosotros.
Has visto que el Verbo de Dios ha sido visto y también oído por los apóstoles. Han visto al Señor no sólo en su cuerpo, sino también en cuanto es Verbo; han visto al Verbo aquellos que con Moisés y Elías han visto la gloria del Verbo. Han visto a Jesús los que lo han visto en su gloria, no los otros que no han podido ver más que su cuerpo; pues no se ve a Jesús con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del alma.
6. Más aún, los judíos, viéndole, no le han visto. Abrahán lo vio, porque está escrito: Abrahán ha visto mi día y se ha regocijado. Luego Abrahán lo ha visto, y es cierto que no ha visto al Señor en su cuerpo. Mas verlo en espíritu es verlo corporalmente; por el contrario, verlo corporalmente sin verlo en espíritu, equivale a no ver corporalmente al que veían. Isaías lo ha visto y, como él lo veía en espíritu, lo ha visto igualmente en su cuerpo. ¿No ha dicho él: No había en El ni apariencia ni hermosura? Los judíos no lo han visto: Se entenebreció su insensato corazón. El mismo nos atestigua en otro lugar que no podía ser visto por los judíos: ¡Guías de ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! No lo vio Pilatos, ni lo vieron los que gritaban: Crucifícale, crucifícale; si le hubiesen conocido, jamás hubiesen crucificado al Señor de la gloria Ver a Dios es, pues, ver al Emmanuel, es decir, a Dios con nosotros. El que no ha visto a Dios con nosotros no ha podido ver a Aquel que una Virgen ha dado a luz. Los que no creyeron en el Hijo de Dios, tampoco han creído en el Hijo de la Virgen.
7. ¿Qué es, pues, ver a Dios? No me lo preguntéis a mí; preguntadlo al Evangelio, preguntadlo al mismo Señor; o mejor, escuchadle: Felipe, quien me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy con el Padre, y el Padre está en mí? No se ve el cuerpo en el cuerpo, ni el espíritu en el espíritu, sino que sólo el Padre se ve en el Hijo, como este Hijo en su Padre. No se ve al uno en el otro, en efecto, como personajes desemejantes; sino que desde el momento que existe una unidad de operación y de actividad, se ve al Hijo en el Padre y al Padre en el Hijo. Las obras que yo realizo, dice, también Él las realiza Se ve a Jesús en sus obras, y en las obras del Hijo se ve también al Padre. Se ve a Jesús viendo el misterio que Él realiza en Galilea; pues nadie sino el Señor del mundo puede transformar los elementos. Veo a Jesús cuando leo que ungió con lodo los ojos del ciego y le devolvió la vista, pues reconozco en El al que ha formado al hombre del barro y le infundió el espíritu de vida y la luz para ver. Veo a Jesús cuando El perdona los pecados, pues nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios Veo a Jesús cuando resucita a Lázaro, y los testigos oculares no lo vieron. Veo a Jesús, veo también al Padre, cuando elevo los ojos al cielo, cuando los dirijo hacia el mar o los vuelvo sobre la tierra, pues los atributos invisibles de Dios resultan visibles por la creación del mundo.
8. Como nos las trasmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y después ministros de la palabra. El hombre perfecto posee una doble facultad: la intención y la ejecución. El santo evangelista ve estas dos facultades en los apóstoles: no sólo, dice, han visto la Palabra, sino también que le han servido. La intención se relaciona con la visión, y la ejecución con el servicio; más el término de la intención es la ejecución, y el principio de la ejecución es la intención. Usando un ejemplo de los propios apóstoles, intención es cuando Pedro y Andrés, al oír la voz del Señor que decía: Yo os haré pescadores de hombres, sin demora alguna dejaron la barca y siguieron al Verbo. Pero la ejecución no es simultánea a la intención. Del mismo modo, no hay todavía ejecución, sino intención, cuando Pedro dice: Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Mi vida daré por ti Había intención del martirio, pero no su realización; aunque ésta ya se encuentra en los ayunos, en las vigilias, en el desprecio de los placeres corporales; pues ésa es la acción del cristiano.
No es necesario que en todas las cosas la intención y la ejecución sean simultáneas, sino que lo que es la ejecución de una cosa, no es todavía más que la intención con relación a otra. Esto mismo había asentado ya Pedro con energía y constancia apostólica; por eso, cuando el Señor le dijo más tarde: Tú, sígueme, él tomó su cruz, siguió al Verbo y conoció la realidad del martirio.
9. Pero supongamos que en Pedro, Andrés, Juan y en los demás apóstoles, la ejecución ha sido a la medida de la intención. No es menos verdadero que a veces la intención sobrepasa la ejecución, o la ejecución a la intención. Esta es la diferencia que el Evangelio nos muestra entre Santa María y Santa Marta: pues la una escuchaba la palabra y la otra se preocupaba del servicio: Y presentándose, dijo: Señor, ¿nada te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el servicio? Dile, pues, que venga a ayudarme. Y respondiendo le dijo el Señor: Marta, Marta, María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada Luego, predomina en una la atención amante y en la otra la actividad del servicio. Por lo mismo, en ambas se encontraba el celo de estas dos virtudes: si Marta no hubiese escuchado la Palabra, no se hubiera puesto a su servicio; su actividad es índice de su atención; y en cuanto a María, tanto había progresado en la una y otra virtud, que le fue dado ungir los pies de Jesús, enjugarlos con sus cabellos y llenar la casa con el perfume de su fe.
Sucede a veces que el estudio es muy grande y la ejecución estéril, como si alguien se ocupase de la medicina y conociese todas las reglas médicas y no las aplicase, si bien la esterilidad de la realización supone también la del estudio. En algunos, por el contrario, el acto podrá ser más rico y la intención más pobre como si alguien recibiese el sacramento salvador del bautismo, mas no quisiera conocer las reglas de las diversas virtudes; con frecuencia esta negligencia en la atención hace perder el fruto del acto.
Es necesario, por consiguiente, buscar la plenitud de las dos virtudes, la cual ha sido dada a los apóstoles, de los cuales se ha dicho: Los que desde el principio han visto y han servido; para que se entienda por la visión su deseo de conocer a Dios, y por el servicio se declare su actividad.
10. Me ha parecido bien. Puede ser que no haya sido el único en encontrar bueno lo que él declara haberle parecido bien; no, la voluntad del hombre no es la única para encontrar el bien, sino que tal ha sido el agrado de Aquel que habla en mí, Cristo, que hace que esto que es bueno, pueda también parecernos así. Él llama a aquel del cual se apiada. Por eso el que sigue a Cristo puede responder si se le pregunta por qué ha querido ser cristiano: Porque me ha parecido bien; y al hablar así, no niega que Dios lo ha encontrado bueno: Es Dios, en efecto, el que prepara la voluntad humana. Si Dios es honrado por un santo, es gracia de Dios. Muchos han querido escribir el evangelio; mas sólo cuatro, que han merecido la gracia divina, han sido recibidos.
11. Me ha parecido bien, después de haberlas investigado todas escrupulosamente desde su origen y orden. Que este evangelio es más largo que los demás nadie lo duda. Y, por lo mismo, no reivindica para sí lo que es falso, sino lo verdadero. Por lo demás, ha merecido que el mismo apóstol San Pablo dé testimonio de su exactitud. Así alaba a San Lucas: Cuyo elogio en la predicación del Evangelio está difundido por todas las iglesias Es con toda verdad digno de elogios el que ha merecido ser alabado por el gran Doctor de los Gentiles. Él ha investigado, dice, no un poco, sino todo; y cuando ha tenido conocimiento de todo, le ha parecido bien no escribir todo, sino un extracto de este todo; pues él no ha escrito todo, mas todo lo ha conocido. Hay muchas cosas que hizo Jesús, se ha dicho, las cuales, si se escribiesen una por una, ni en todo el mundo cabrían los libros que se escribieran Se notará que ha omitido deliberadamente lo que había sido escrito por los otros; de este modo, diversas gracias refulgen en el evangelio, y cada libro tiene sus milagros, sus misterios, sus acciones propias que lo distinguen. Los soldados dividieron para sí los vestidos de Cristo, como en su lugar explicaremos más detenidamente.
12. Este evangelio ha sido escrito para Teófilo, es decir, para el que es amado por Dios. Si amas a Dios, para ti ha sido escrito; si para ti ha sido escrito, recibe este regalo del evangelista, conserva con cuidado en lo más profundo de tu corazón este recuerdo de un amigo: Guarda el precioso depósito por el Espíritu Santo, que habita en nosotros; míralo con frecuencia, examínalo a menudo. La fidelidad es el primer deber para un depósito; a la fidelidad sigue la diligencia para que este depósito no sea atacado por la polilla o el hollín; pues lo que se nos ha confiado puede ser atacado. El Evangelio es un precioso depósito, más ten cuidado no sea atacado en tu corazón por la polilla o el hollín. Es atacado por la polilla si, habiéndolo leído bien, lo crees mal.
13. La polilla es la herejía, la polilla es Fotino, tu polilla es Arrio. Rompe el vestido el que separa el Verbo de Dios. Fotino rompe el vestido cuando él lee: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y Dios era; la integridad del vestido pide que se lea: Y el Verbo era Dios. Rompe el vestido el que separa Cristo de Dios. Se rompe el vestido si se lee: Esta es la vida eterna, el conocerte a ti, solo verdadero Dios; hay que reconocer también a Cristo, pues conocer al Padre sólo como verdadero Dios, no es toda la vida eterna; sino conocer igualmente a Cristo como Dios verdadero, Verdad de Verdad, Dios de Dios, he aquí la vida sin fin. Es polilla conocer a Cristo sin creer en su divinidad o en el sacramento de su cuerpo. Polilla es Arrio, polilla es Sabelio. Estas polillas atacan a los espíritus fluctuantes, estas polillas atacan al espíritu que no cree que el Padre y el Hijo son una sola divinidad. Rompe lo que está escrito: Mi Padre y yo somos una sola cosa, el que divide esta unidad en sustancias distintas. Esta polilla ataca al espíritu que no cree que Jesucristo ha venido en la carne, y él mismo es polilla, pues es el anticristo. Por el contrario, los que son de Dios conservan la fe y no pueden ser atacados por la polilla que corroe el vestido. Todo lo que está dividido en sí mismo, como el reino de Satanás, no puede durar para siempre.
14. Existe también el hollín del corazón cuando los placeres terrenos apartan la atención de las cosas santas o la pureza de la fe es alterada por la nube del error. El hollín del alma es el deseo, de las riquezas; el hollín del alma es la negligencia; el hollín del alma es la pasión de los honores si se coloca en estas cosas toda la esperanza de la vida presente.
Tornémonos, pues, hacia las cosas de Dios, agudicemos nuestro espíritu, ejercitemos nuestro amor, a fin de tener siempre preparada, siempre brillante, encerrada, por así decirlo, en la vaina del alma, la espada que el Señor manda comprar vendiendo el vestido. Pues las armas espirituales, poderosas en manos de Dios para allanamiento de fortalezas, han de ser portadas siempre por los soldados de Cristo, para que cuando llegue el jefe de la milicia celeste, ofendido del mal estado de nuestras armas, no nos excluya de sus legiones.
(L.1, 1-14, BAC Madrid 1966, pág. 49-60)
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FRANCISCO – Ángelus 2016 y 2022 – Homilías en Santa Marta
Ángelus 2016
Evangelizar a los pobres
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el evangelio de hoy el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente la actividad evangelizadora. Es una actividad que Él realiza con la potencia del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras, es una palabra que tiene autoridad, porque ordena incluso a los espíritus impuros, y estos le obedecen (cf. Mc 1, 27). Jesús es diferente de los maestros de su tiempo: por ejemplo, Jesús no abrió una escuela dedicada al estudio de la Ley, sino que sale para predicar y enseñar por todas partes: en las sinagogas, por las calles, en las casas, siempre moviéndose. Jesús también es distinto de Juan el Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras que Jesús anuncia su perdón de Padre.
Y ahora imaginémonos que también nosotros entramos en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús creció hasta aproximadamente sus 30 años. Lo que allí sucede es un hecho importante que delinea la misión de Jesús. Él se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el pergamino del profeta Isaías, el pasaje donde está escrito: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4, 18). Después, tras un momento de silencio lleno de expectativa por parte de todos, dice, para sorpresa general: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (v. 21).
Evangelizar a los pobres: esta es la misión de Jesús, como Él dice; esta es también la misión de la Iglesia y de cada bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar el Evangelio con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, es más, privilegiando a los más lejanos, a quienes sufren, a los enfermos y a los descartados por la sociedad.
Preguntémonos: ¿Qué significa evangelizar a los pobres? Significa, antes que nada, acercarlos, tener la alegría de servirles, liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el evangelio de Dios, es Él la misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él que se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios que vino entre nosotros se dirige de manera preferencial a los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos.
Probablemente en el tiempo de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe. Podemos preguntarnos: hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, ¿somos fieles al programa de Cristo? La evangelización de los pobres, llevarles el feliz anuncio, ¿es la prioridad? Atención: no se trata sólo de dar asistencia social, menos aún de hacer actividad política, Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales, de acuerdo a la lógica del amor. Los pobres, de hecho, están en el centro del Evangelio.
Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude a sentir fuertemente el hambre y la sed del evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para cada uno de nosotros y para cada comunidad cristiana poder dar testimonio concreto de la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha donado.
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de la Liturgia de hoy vemos a Jesús que inaugura su predicación (cfr Lc 4, 14-21): es la primera predicación de Jesús. Se dirige a Nazaret, donde creció, y participa en la oración en la sinagoga. Se levanta a leer y, en el volumen del profeta Isaías, encuentra el pasaje sobre el Mesías, que proclama un mensaje de consolación y liberación para los pobres y los oprimidos (cfr Is 61, 1-2). Terminada la lectura, «todos los ojos estaban fijos en él» (v. 20). Y Jesús inicia diciendo: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (v. 21). Detengámonos en este hoy. Es la primera palabra de la predicación de Jesús contada en el Evangelio de Lucas. Pronunciada por el Señor, indica un “hoy” que atraviesa toda época y permanece siempre válido. La Palabra de Dios siempre es “hoy”. Empieza un “hoy”: cuando tú lees la Palabra de Dios, en tu alma empieza un “hoy”, si tú la comprendes bien. Hoy. La profecía de Isaías se remontaba a siglos antes, pero Jesús, «por la fuerza del Espíritu» (v. 14), la hace actual y, sobre todo, la lleva a cumplimiento e indica la forma de recibir la Palabra de Dios: hoy. No como una historia antigua, no: hoy. Hoy habla a tu corazón.
Los paisanos de Jesús están admirados por sus palabras. Incluso si, nublados por los prejuicios, no le creen, se dan cuenta de que su enseñanza es diferente de la de otros maestros (cf. v. 22): intuyen que en Jesús hay más. ¿El qué? Está la unción del Espíritu Santo. A veces, sucede que nuestras predicaciones y nuestras enseñanzas permanecen genéricas, abstractas, no tocan el alma y la vida de la gente. ¿Y por qué? Porque les falta la fuerza de este hoy, ese que Jesús “llena de sentido” con el poder del Espíritu es el hoy. Hoy te está hablando. Sí a veces se escuchan conferencias impecables, discursos bien construidos, pero que no mueven el corazón, y así todo queda como antes. También muchas homilías –lo digo con respeto pero con dolor– son abstractas, y en vez de despertar el alma la duermen. Cuando los fieles empiezan a mirar el reloj –“¿cuándo terminará esto?”– duermen el alma. La predicación corre este riesgo: sin la unción del Espíritu empobrece la Palabra de Dios, cae en el moralismo o en conceptos abstractos; presenta el Evangelio con desapego, como si estuviera fuera del tiempo, lejos de la realidad. Y este no es el camino. Pero una palabra en la que no palpita la fuerza del hoy no es digna de Jesús y no ayuda a la vida de la gente. Por esto quien predica, por favor, es el primero que debe experimentar el hoy de Jesús, para así poderlo comunicar en el hoy de los otros. Y si quiere dar clases, conferencias, que lo haga, pero en otro lado, no en el momento de la homilía, donde debe dar la Palabra para que sacuda los corazones.
Queridos hermanos y hermanas, en este Domingo de la Palabra de Dios quisiera dar las gracias a los predicadores y los anunciadores del Evangelio que permanecen fieles a la Palabra que sacude el corazón, que permanecen fieles al “hoy”. Recemos por ellos, para que vivan el hoy de Jesús, la dulce fuerza de su Espíritu que vuelve viva la Escritura. La Palabra de Dios, de hecho, es viva y eficaz (cfr Hb 4,12), nos cambia, entra en nuestros asuntos, ilumina nuestra vida cotidiana, consuela y pone orden. Recordemos: la Palabra de Dios transforma una jornada cualquiera en el hoy en el que Dios nos habla. Entonces, tomemos el Evangelio en la mano, cada día un pequeño pasaje para leer y releer. Llevad en el bolsillo el Evangelio o en el bolso, para leerlo en el viaje, en cualquier momento y leerlo con calma. Con el tiempo descubriremos que esas palabras están hechas a propósito para nosotros, para nuestra vida. Nos ayudarán a acoger cada día con una mirada mejor, más serena, porque, cuando el Evangelio entra en el hoy, lo llena de Dios. Quisiera haceros una propuesta. En los domingos de este año litúrgico es proclamado el Evangelio de Lucas, el Evangelio de la misericordia. ¿Por qué no leerlo también personalmente, entero, un pequeño pasaje cada día? Un pequeño pasaje. Familiaricémonos con el Evangelio, ¡nos traerá la novedad y la alegría de Dios!
La Palabra de Dios es también el faro que guía el recorrido sinodal iniciado en toda la Iglesia. Mientras nos comprometemos a escucharnos unos a otros, con atención y discernimiento –porque no es hacer una encuesta de opiniones, no, sino discernir la Palabra, ahí–, escuchamos juntos la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. Y la Virgen nos conceda la constancia para nutrirnos cada día con el Evangelio.
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El Evangelio en el bolsillo
1 de septiembre de 2014
“Jesús está presente en la Palabra de Dios y nos habla”. He aquí por qué “la Palabra de Dios es distinta incluso de la palabra humana más elevada”. Y nosotros debemos acercarnos a ella “con el corazón abierto de las bienaventuranzas y con humildad”. Por ello el Papa Francisco volvió a proponer la sugerencia de llevar siempre consigo una pequeña edición de bolsillo del Evangelio para leerlo cuando sea posible y “encontrar” así a Jesús. Lo propuso de nuevo en la misa que celebró el lunes 1 de septiembre, en la capilla de la Casa Santa Marta.
Retomando las celebraciones eucarísticas de la mañana abiertas a grupos de fieles -tras el período de pausa de julio y agosto- el Pontífice hizo una reflexión sobre la Palabra de Dios centrada en las dos lecturas propuestas por la liturgia, tomadas respectivamente de la primera carta de san Pablo a los Corintios (1Co 2, 1-5) y del Evangelio de Lucas (Lc 4, 16-30).
En la primera, destacó, san Pablo “recuerda a los Corintios cómo había sido su predicación, cómo él había anunciado el Evangelio”. Y explica: “Mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu”. Pablo, añadió el Papa, sigue diciendo que no se presentó para convencer a sus interlocutores “con discursos, con palabras, incluso con hermosas figuras”. El apóstol, en cambio, eligió “otro modo, otro estilo”, es decir “la manifestación del Espíritu y su poder”.
En esencia, continuó el Pontífice, el apóstol recuerda que “la Palabra de Dios es algo distinto, algo que no es igual a una palabra humana, a una palabra sabia, a una palabra científica, a una palabra filosófica”. La Palabra de Dios, en efecto, “es otra cosa, viene de otro modo”: es “distinta” porque “así habla Dios”.
Lo confirma san Lucas en el pasaje evangélico que relata sobre Jesús en la sinagoga de Nazaret, “donde se había criado” y donde todos “lo conocían desde pequeño”. En ese contexto, explicó el Papa, Él “comenzó a hablar y la gente lo escuchaba”, comentando: “¡Qué interesante!”. Luego “daban testimonio: estaban maravillados por las palabras que decía”. Y entre ellos comentaban: “Míralo, mira a este. ¡Qué bien lo hace este muchachito que nosotros conocemos! (...) ¿Dónde habrá estudiado?”.
Pero, destacó el Pontífice, Jesús “los detiene” y les dice: “En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo”. Así, pues, a cuantos lo escuchaban en la sinagoga “al inicio” les parecía “algo hermoso y aceptaban ese estilo de conversación y de acogida”. Pero “cuando Jesús comenzó a dar la Palabra de Dios se enfurecieron y querían matarlo”. Así, “se pasaron de una parte a la otra, porque la Palabra de Dios es algo distinto respecto a la palabra humana, incluso de la palabra humana más elevada, la palabra humana más filosófica”.
Y entonces, se preguntó el Papa Francisco, “¿cómo es la Palabra de Dios?”. La Carta a los Hebreos (Hb 1, 1), afirmó, “comienza diciendo que, en los tiempos antiguos, Dios nos habló y habló a nuestros padres por los profetas. Pero en estos tiempos, en la etapa final de este mundo, nos ha hablado en el Hijo”. O sea, “la Palabra de Dios es Jesús, Jesús mismo”. Es lo que predica Pablo diciendo: “Hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado”.
Esta es “la Palabra de Dios, la única Palabra de Dios”, explicó el Papa. Y “Jesucristo es motivo de escándalo: la Cruz de Cristo escandaliza. Y ella es la fuerza de la Palabra de Dios: Jesucristo, el Señor”.
Por ello es tan importante, según el Pontífice, preguntarse: “¿Cómo debemos recibir la Palabra de Dios?”. La respuesta es clara: “Como se recibe a Jesucristo. La Iglesia nos dice que Jesús está presente en la Escritura, en su Palabra”. Por este motivo, añadió, “yo aconsejo muchas veces que se lleve siempre un pequeño Evangelio” -además, comprarlo “cuesta poco”, añadió sonriendo- para tenerlo “en la mochila, en el bolsillo, y leer durante el día un pasaje del Evangelio”. Un consejo práctico, dijo, no tanto “para aprender” algo, sino “para encontrar a Jesús, porque Jesús está precisamente en su Palabra, en su Evangelio”. Así, “cada vez que leo el Evangelio, encuentro a Jesús”.
¿Y cuál es la actitud necesaria para recibir esta Palabra? “Se debe recibir -afirmó el obispo de Roma- como se recibe a Jesús, es decir, con el corazón abierto, con el corazón humilde, con el espíritu de las bienaventuranzas. Porque Jesús vino así, con humildad: vino pobre, vino con la unción del Espíritu Santo”. Tal es así que “Él mismo comenzó su discurso en la sinagoga de Nazaret” con estas palabras: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”.
En definitiva, “Él es fuerza, es Palabra de Dios, porque está ungido por el Espíritu Santo”. Así, recomendó el Papa Francisco, “también nosotros, si queremos escuchar y recibir la Palabra de Dios, tenemos que rezar al Espíritu Santo y pedir esta unción del corazón, que es la unción de las bienaventuranzas”. Así, pues, tener “un corazón como el corazón de las bienaventuranzas”.
Si “Jesús está presente en la Palabra de Dios” y “nos habla en la Palabra de Dios, nos hará bien hoy durante el día -sugirió el Pontífice- preguntarnos: ¿cómo recibo yo la Palabra de Dios?”. Una pregunta esencial, concluyó el Papa Francisco, renovando el consejo de llevar siempre consigo el Evangelio para leer un pasaje cada día.
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Del estupor al poder
20 de abril de 2015
El cristiano debe cuidarse de la «tentación» de pasar del «estupor religioso del encuentro con el Señor» al cálculo para aprovecharse de ello con el fin de obtener poder, cediendo de ese modo al espíritu de mundanidad. Es la recomendación del Papa Francisco.
Su reflexión se inspiró en los textos propuestos por la liturgia. El Evangelio, recordó el Papa, «dice que, después del ayuno y las tentaciones en el desierto, Jesús estaba lleno de la fuerza del Espíritu y comenzó a predicar». Así «fue a Nazaret, donde se había criado». Y «allí anuncia su misión con ese pasaje del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha consagrado con la unción para llevar la buena noticia a los pobres, a los prisioneros la liberación, a los ciegos la vista, a los oprimidos la libertad, y anunciar el año de gracia del Señor”».
Precisamente «este -afirmó el Papa Francisco- era su programa, esta era su misión». Jesús concluye su discurso diciendo: «Hoy se cumple esta Escritura». Así, pues, inicia su misión con el anuncio. Luego «comienza a hacer los milagros, los signos, las curaciones: esas curaciones que la gente contemplaba» y así «creía en Él y le llevaban a los enfermos». Pero «Jesús hacía esto porque era su misión». He aquí, entonces, «otro pasaje, las catequesis de Jesús: que enseñaba al pueblo con las bienaventuranzas, con muchas parábolas».
Así, destacó el Papa, «vemos tres pasos: el anuncio de su misión, su trabajo de traer la salud, el bien, la curación, y las catequesis». Y «la gente lo seguía y decía: “Nunca hemos escuchado a un hombre hablar así”». En realidad, reconocían que hablaba «como uno que tiene autoridad, esa fuerza del Espíritu que tenía Jesús» (…).
«El Señor nos despierta con el testimonio de los santos, con el testimonio de los mártires que cada día nos anuncian que ir por el camino de Jesús es su misión: anunciar el año de gracia». El Evangelio dice que «la gente entiende la amonestación de Jesús» y por eso le pregunta: «Y ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les responde: «Esta es la obra de Dios: que creáis en Aquel que ha enviado». Es decir, «la fe en Él, sólo en Él; la confianza en Él y no en otras cosas que nos llevarán, al final, lejos de Él».
Antes de proseguir con la celebración, «con Él presente sobre el altar», el Papa Francisco pidió al Señor en la oración «que nos dé esa gracia del estupor del encuentro y que nos ayude a no caer en el espíritu de mundanidad, es decir, ese espíritu que detrás o bajo un barniz de cristianismo nos llevará a vivir como paganos».
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BENEDICTO XVI – Ángelus 2010 y 2013
2010
La Iglesia prolonga en la historia la presencia del Señor resucitado
Queridos hermanos y hermanas:
Entre las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy está el célebre texto de la primera carta a los Corintios en el que san Pablo compara a la Iglesia con el cuerpo humano. El Apóstol escribe: “Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12, 12-13). La Iglesia es concebida como el cuerpo, cuya cabeza es Cristo, y forma con él una unidad. Sin embargo, lo que al Apóstol le interesa comunicar es la idea de la unidad en la multiplicidad de los carismas, que son los dones del Espíritu Santo. Gracias a ellos, la Iglesia se presenta como un organismo rico y vital, no uniforme, fruto del único Espíritu que lleva a todos a una unidad profunda, asumiendo las diversidades sin abolirlas y realizando un conjunto armonioso. La Iglesia prolonga en la historia la presencia del Señor resucitado, especialmente mediante los sacramentos, la Palabra de Dios, los carismas y los ministerios distribuidos en la comunidad. Por eso, precisamente en Cristo y en el Espíritu la Iglesia es una y santa, es decir, una íntima comunión que trasciende las capacidades humanas y las sostiene.
Me complace subrayar este aspecto mientras estamos viviendo la “Semana de oración por la unidad de los cristianos”, que concluirá mañana, fiesta de la Conversión de san Pablo. Según la tradición, por la tarde celebraré las Vísperas en la basílica de San Pablo Extramuros, con la participación de los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales presentes en Roma. Invocaremos de Dios el don de la plena unidad de todos los discípulos de Cristo y, en particular, según el tema de este año, renovaremos el compromiso de ser juntos testigos del Señor crucificado y resucitado (cf. Lc 24, 48). La comunión de los cristianos hace más creíble y eficaz el anuncio del Evangelio, como afirmó el propio Jesús pidiendo al Padre en la víspera de su muerte: “Que todos sean uno..., para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
Por último, queridos amigos, deseo recordar la figura de san Francisco de Sales, cuya memoria litúrgica se celebra el 24 de enero. Nacido en Savoya en 1567, estudió derecho en Padua y en París y, llamado por el Señor, se hizo sacerdote. Se dedicó con grandes frutos a la predicación y a la formación espiritual de los fieles, enseñando que la llamada a la santidad es para todos y que cada uno —como dice san Pablo con la comparación del cuerpo— tiene su lugar en la Iglesia. San Francisco de Sales es patrono de los periodistas y de la prensa católica. A su asistencia espiritual encomiendo el Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales, que firmo cada año en esta ocasión y que ayer se presentó en el Vaticano.
Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, nos conceda progresar siempre en la comunión, para transmitir la belleza de ser uno en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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2013
El domingo, la escucha y la conversión
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de hoy nos presenta, juntos, dos pasajes distintos del Evangelio de Lucas. El primero (1, 1-4) es el prólogo, dirigido a un tal «Teófilo»; dado que este nombre en griego significa «amigo de Dios», podemos ver en él a cada creyente que se abre a Dios y quiere conocer el Evangelio. El segundo pasaje (4, 14-21) nos presenta en cambio a Jesús, que «con la fuerza del Espíritu» entra el sábado en la sinagoga de Nazaret. Como buen observante, el Señor no se sustrae al ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus paisanos en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito prevé la lectura de un texto de la Torah o de los Profetas, seguida de un comentario. Aquel día Jesús se puso en pie para hacer la lectura y encontró un pasaje del profeta Isaías que empieza así: «El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque el Señor me ha ungido. / Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres» (61, 1-2). Comenta Orígenes: «No es casualidad que Él abriera el rollo y encontrara el capítulo de la lectura que profetiza sobre Él, sino que también esto fue obra de la providencia de Dios» (Homilías sobre el Evangelio de Lucas, 32, 3). De hecho, Jesús, terminada la lectura, en un silencio lleno de atención, dijo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21). San Cirilo de Alejandría afirma que el «hoy», situado entre la primera y la última venida de Cristo, está ligado a la capacidad del creyente de escuchar y enmendarse (cf. pg 69, 1241). Pero en un sentido aún más radical, es Jesús mismo «el hoy» de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención. El término «hoy», muy querido para san Lucas (cf. 19, 9; 23, 43), nos remite al título cristológico preferido por el mismo evangelista, esto es, «salvador» (sōtēr). Ya en los relatos de la infancia, éste es presentado en las palabras del ángel a los pastores: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11).
Queridos amigos, este pasaje «hoy» nos interpela también a nosotros. Ante todo nos hace pensar en nuestro modo de vivir el domingo: día de descanso y de la familia, pero antes aún día para dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, en la que nos alimentamos del Cuerpo y Sangre de Cristo y de su Palabra de vida. En segundo lugar, en nuestro tiempo dispersivo y distraído, este Evangelio nos invita a interrogarnos sobre nuestra capacidad de escucha. Antes de poder hablar de Dios y con Dios, es necesario escucharle, y la liturgia de la Iglesia es la «escuela» de esta escucha del Señor que nos habla. Finalmente, nos dice que cada momento puede convertirse en un «hoy» propicio para nuestra conversión. Cada día (kathēmeran) puede convertirse en el hoy salvífico, porque la salvación es historia que continúa para la Iglesia y para cada discípulo de Cristo. Este es el sentido cristiano del «carpe diem»: aprovecha el hoy en el que Dios te llama para darte la salvación.
Que la Virgen María sea siempre nuestro modelo y nuestra guía para saber reconocer y acoger, cada día de nuestra vida, la presencia de Dios, Salvador nuestro y de toda la humanidad.
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DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
La espera en el Antiguo Testamento del Mesías y del Espíritu
714. Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
La nueva Ley y el Evangelio
III. La Ley nueva o Ley evangélica
1965. La Ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la Montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: “Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva [...] pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Hb 8, 8-10; cf Jr 31, 31-34).
1966. La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Actúa por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de realizarlo:
«El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de san Mateo, encontrará en él sin duda alguna cuanto se refiere a las más perfectas costumbres cristianas, al modo de la carta perfecta de la vida cristiana [...] He dicho esto para dejar claro que este sermón es perfecto porque contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana» (San Agustín, De sermone Domine in monte, 1, 1, 1).
1967. La Ley evangélica “da cumplimiento” (cf Mt 5, 17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua. En las “Bienaventuranzas” da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al “Reino de los cielos”. Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino.
1968. La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15, 18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5, 48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5, 44).
1969. La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al “Padre [...] que ve en lo secreto”, por oposición al deseo “de ser visto por los hombres” (cf Mt 6, 1-6; 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt 6, 9-13).
1970. La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre “los dos caminos” (cf Mt 7, 13-14) y la práctica de las palabras del Señor (cf Mt 7, 21-27); está resumida en la regla de oro: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque ésta es la ley y los profetas” (Mt 7, 12; cf Lc 6, 31).
Toda la Ley evangélica está contenida en el “mandamiento nuevo” de Jesús (Jn 13, 34): amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado (cf Jn 15, 12).
1971. Al Sermón del monte conviene añadir la catequesis moral de las enseñanzas apostólicas, como Rm 12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta doctrina transmite la enseñanza del Señor con la autoridad de los Apóstoles, especialmente exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que anima la caridad, el principal don del Espíritu Santo. “Vuestra caridad sea sin fingimiento [...] amándoos cordialmente los unos a los otros [...] con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad” (Rm12, 9-13). Esta catequesis nos enseña también a tratar los casos de conciencia a la luz de nuestra relación con Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co 5, 10).
1972. La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad (cf St 1, 25; 2, 12), porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo “que ignora lo que hace su señor”, a la de amigo de Cristo, “porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15), o también a la condición de hijo heredero (cf Ga 4, 1-7. 21-31; Rm 8, 15).
1973. Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar lo que es incompatible con la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 184, a. 3).
1974. Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se ve contenta por no poder darse más. Atestiguan su fuerza y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno:
«Dios no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas las leyes y de todas las acciones cristianas, da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor» (San Francisco de Sales, Traité de l’amour de Dieu, 8, 6).
Dios inspiró a los autores de las Escrituras y a los lectores
106. Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. «En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería» (DV 11).
108. Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilia super missus est, 4,11: PL 183, 86B). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24, 45).
515. Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el sudario de su Resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que “en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el “sacramento”, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.
La Iglesia, el Cuerpo de Cristo
787. Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc. 1,16-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y en sus sufrimientos (cf. Lc 22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan: “Permaneced en mí, como yo en vosotros [...] Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56).
788. Cuando fueron privados los discípulos de su presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf. Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo más intensa: “Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su cuerpo” (LG 7).
789. La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a Él: siempre está unificada en Él, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia “cuerpo de Cristo” se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.
“Un solo cuerpo”
790. Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo: “La vida de Cristo se comunica a a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real” (LG 7). Esto es particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la Resurrección de Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1 Co 12, 13), y en el caso de la Eucaristía, por la cual, “compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre nosotros” (LG 7).
791. La unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad de los miembros: “En la construcción del Cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia”. La unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: “Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él” (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico sale victoriosa de todas las divisiones humanas: “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 27-28).
Cristo, Cabeza de este Cuerpo
792. Cristo “es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 18). Es el Principio de la creación y de la redención. Elevado a la gloria del Padre, “él es el primero en todo” (Col 1, 18), principalmente en la Iglesia por cuyo medio extiende su reino sobre todas las cosas.
793. Él nos une a su Pascua: Todos los miembros tienen que esforzarse en asemejarse a él “hasta que Cristo esté formado en ellos” (Ga 4, 19). “Por eso somos integrados en los misterios de su vida [...], nos unimos a sus sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos con él para ser glorificados con él” (LG 7).
794. Él provee a nuestro crecimiento (cf. Col 2, 19): Para hacernos crecer hacia él, nuestra Cabeza (cf. Ef 4, 11-16), Cristo distribuye en su Cuerpo, la Iglesia, los dones y los servicios mediante los cuales nos ayudamos mutuamente en el camino de la salvación.
795. Cristo y la Iglesia son, por tanto, el “Cristo total” [Christus totus]. La Iglesia es una con Cristo. Los santos tienen conciencia muy viva de esta unidad:
«Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Cmprendéis, hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como Cabeza? Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo. En efecto, ya que Él es la Cabeza y nosotros somos los miembros, el hombre todo entero es Él y nosotros [...] La plenitud de Cristo es, pues, la Cabeza y los miembros: ¿Qué quiere decir la Cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia» (San Agustín, In Iohannis evangelium tractatus, 21, 8).
Redemptor noster unam se personam cum sancta Ecclesia, quam assumpsit, exhibuit (“Nuestro Redentor muestra que forma una sola persona con la Iglesia que Él asumió”) (San Gregorio Magno, Moralia in Job, Praefatio 6, 14)
Caput et membra, quasi una persona mystica (“La Cabeza y los miembros, como si fueran una sola persona mística”) (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 48, a. 2, ad 1).
Una palabra de Santa Juana de Arco a sus jueces resume la fe de los santos doctores y expresa el buen sentido del creyente: “De Jesucristo y de la Iglesia, me parece que es todo uno y que no es necesario hacer una dificultad de ello” (Juana de Arco, Dictum: Procès de condamnation).
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RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
¿Los Evangelios son narraciones históricas?
En el fragmento evangélico leído escuchamos las palabras con las que san Lucas inicia su Evangelio:
«Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas, que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares Y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haberlo investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido».
Lucas dedica su escrito a un cierto Teófilo, probablemente un nombre simbólico (el vocablo griego teofilo significa «amante de Dios»). Antes de iniciar su relato sobre la vida de Jesús, el evangelista explica en este texto los criterios que le han guiado. Él asegura referir hechos refrendados por testimonios oculares, depurados por él mismo con «cuidadas investigaciones». Todo esto para que quien lea pueda dar razón de la seguridad de las enseñanzas contenidas en el Evangelio.
Esto nos ofrece la ocasión para ocuparnos alguna vez del problema de la historicidad de los Evangelios. Cada Domingo nosotros comentamos palabras o hechos de la vida de Cristo; pero, ¿qué garantía de autenticidad ofrecen estos relatos? ¿Son hechos realmente acaecidos o sólo atribuidos a Cristo por otros? Es un problema que no podemos dejar sin respuesta.
Hasta hace algún siglo, el sentido crítico no existía en la gente. Se tomaba como históricamente acaecido lo que venía referido como tal. Los Evangelios también venían leídos así, esto es, como relatos exactos, palabra por palabra, de lo que Jesús había dicho o hecho. Una especie, en suma, de crónica cotidiana o de diario. En los últimos dos o tres siglos ha cambiado esta mentalidad. Ha nacido el llamado sentido histórico, por el que, antes de creer en un hecho del pasado, se le somete a un cuidado examen crítico para encontrar su veracidad.
Esta exigencia ha sido aplicada, también, a los Evangelios. Es más, sobre ningún otro libro nos hemos empeñado tanto en esta investigación como sobre los Evangelios. A nosotros aquí no nos interesa reconstruir todas las fases a través de las cuales ha pasado la investigación. Por el contrario, según estas investigaciones modernas resumamos las varias etapas que la vida y la enseñanza de Jesús han atravesado antes de llegar hasta nosotros. Esto nos ayudará a entender si y en qué sentido los Evangelios son escritos históricos. Sin embargo, una cosa debe permanecer bien clara: la Iglesia no cree en las Escrituras porque están demostradas históricamente sino porque están divinamente inspiradas. Por ello, incluso las partes, de las que no se puede demostrar su historicidad, no dejan por ello de estar reveladas por Dios y por lo tanto han de creerse y reverenciarse por el creyente.
Primera etapa: la vida terrena de Jesús. Jesús no escribió nada; pero, en su predicación usó algunas argucias comunes a las culturas antiguas, que facilitaban mucho aprender y recordar un texto de memoria: frases breves, paralelismos y antítesis, repeticiones rítmicas, imágenes, parábolas... Pensemos en frases del Evangelio como: «los últimos serán los primeros y los primeros los últimos» (Mateo 19,30); «entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino, que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas, ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!» (Mateo 7,13-14). Frases como éstas, una vez oídas, hasta la gente de hoy difícilmente las olvida. El hecho, por lo tanto, de que Jesús no haya escrito él mismo los Evangelios, de por sí, no significa que las palabras referidas en él no sean suyas. No pudiendo imprimir las palabras en papel, los hombres antiguos las recordaban en la mente. ¿No existían, quizás en un tiempo, hasta en nuestros caseríos del campo, personas capaces de repetir de memoria largas historias o enteros cantos de la Divina Comedia u otros libros o poemas?
Segunda fase: la predicación oral de los apóstoles. Después de la resurrección de Cristo, los apóstoles, ya plenamente convencidos que él era el Mesías esperado, comienzan a anunciar a Jesucristo a los demás. Al predicar y al explicar su vida y sus palabras ellos tuvieron en cuenta las necesidades y las circunstancias de sus oyentes. Su finalidad no era hacer historia sino llevar a las personas a la fe. Con la comprensión más clara, que ahora tenían, ellos estuvieron en disposición de transmitir a los demás lo que Jesús había dicho y hecho adaptándolo a las necesidades de aquellos a quienes se dirigían. En esta su obra emplearon diversos medios (géneros literarios), que todos no tienen la misma pretensión de historicidad. Por ejemplo, los hechos relativos a la infancia de Cristo históricamente son bastante menos verificables que los relativos a su vida pública.
Tercera fase: Los Evangelios escritos. Desde los años Sesenta en adelante, esto es, unos treinta años después de la muerte de Jesús, algunos autores comenzaron a poner por escrito la predicación, llegada hasta ellos por vía oral. Así, nacieron los cuatro Evangelios. De las muchas cosas llegadas hasta ellos, los evangelistas escogieron algunas, resumieron otras, otras en fin las explicaron para adaptarlas a las necesidades del momento de las comunidades para las que escribían. La necesidad de acomodar las palabras de Jesús a las nuevas y distintas exigencias influyó en el orden con que se narran los hechos en los cuatro Evangelios y en la distinta tonalidad e importancia que revisten; pero, no se ha alterado la verdad fundamental de ellas.
Por cuanto era posible en aquel tiempo, que los evangelistas tuvieran una preocupación histórica y no sólo ejemplar, lo demuestra la precisión con que sitúan la incidencia de Cristo en el tiempo y en el espacio. Un poco más adelante, en su Evangelio Lucas nos ofrece todas las coordinadas políticas y geográficas desde el inicio del ministerio público de Jesús. Nos expone quién era emperador en Roma, quien gobernaba en cada uno de los cuatro distritos en que estaba dividida Palestina (Judea, Galilea, Traconítide y Abilene), quiénes eran los sumos sacerdotes, dónde se desarrolla la acción (cfr. Lucas 3,1-2).
Un detalle, que demuestra la fundamental veracidad de los relatos, es la indigna figura que hacen frecuentemente en él las mismas personas, que relatan estas historias: apóstoles que no entienden, que litigan entre sí y, en momentos cruciales, se les encuentra adormecidos; Pedro que traiciona, los otros que huyen. Hoy, ¿quién escribiría libros de memorias, dejando plasmados dentro hechos tan poco dignos de honor, si no se sintiese vinculado en una aventura tan importante para hacer pasar a un segundo orden toda consideración personal?
La conclusión que podemos sacar es la siguiente: los Evangelios no son libros históricos en el sentido moderno de un relato lo más posiblemente separado y neutral de los hechos acontecidos. Son, sin embargo, históricos en el sentido de que lo que nos transmiten refleja en sustancia lo acontecido. «En los evangelios tenemos una colección de material de auténtico valor histórico, del que podemos recabar un cuadro digno de fe de los acontecimientos acaecidos bajo Poncio Pilatos» (D. H. Dodd).
Pero, llegados a este punto debemos plantear una pregunta crítica a la misma «crítica». ¿Dónde hay más verdad histórica: en este modo de referir los hechos, propio de los evangelistas, o en un hipotético relato aséptico y neutral, como podría ser hecho hoy, filmando acontecimientos o taquigrafiando los discursos? Para que un hecho sea definido «histórico» no basta que haya acaecido realmente (infinitos hechos han ocurrido y suceden cada día, de los que no queda rasgo alguno en la historia); es necesario que haya dejado huella, que haya revestido una cierta importancia para un grupo de personas. En otras palabras, un relato, para ser «histórico», no puede tener en cuenta sólo el desnudo hecho ocurrido sino también el significado que ha revestido para quien lo ha vivido.
Los evangelios son «históricos» porque responden a este requisito. No se contentan con referir desnudos hechos sino también ponen a la luz el significado que ellos han tenido para la comunidad, que ha nacido de ellos. Esto explica cómo nunca acontecimientos, que revisten un peso tan decisivo para los creyentes, han podido pasar casi desapercibidos del todo para los historiadores del tiempo. Para ellos no «significaban» nada.
Uno de quienes se han ocupado más a fondo de este problema sobre la historicidad de los Evangelios ha sido el famoso doctor Albert Schweitzer, premio Nobel de la paz. Antes de retirarse a África para fundar su hospital de Lambaréné, escribió él una historia de todas las investigaciones históricas hechas sobre Jesús hasta los comienzos del Novecientos. En ella demuestra un hecho. Estos estudiosos se habían propuesto «desligar a Jesús de los vendajes del dogma eclesiástico», para restituido a su desnuda verdad histórica. Pero, mientras desnudaban a Jesús de las vestiduras eclesiásticas, no se daban cuenta que, también ellos, lo revestían de un vestido: el impuesto por el gusto o por la ideología del momento. Así, de vez en cuando, se tenía a un Jesús idealista, a un Jesús romántico, a un Jesús socialista, etc. (El discípulo de Marx, Engels, estaba convencido que Jesús fue un comunista al pie de la letra). De tal modo, se confirmaba que de Cristo no se puede escribir una historia «neutral». Si no se acepta la interpretación, que nos da la Iglesia, se termina por aceptar inevitablemente la interpretación particular, que da la cultura o el sistema filosófico en auge.
Jesucristo simplemente no ha vivido en la historia, sino que ha creado una historia; y vive ahora en la historia que ha creado, como un sonido en la onda que ha provocado. Querer separarlo a toda costa de la historia, que ha creado, para restituirlo a la historia común y universal es como querer separar un sonido de la onda que lo transporta, pensando poderlo de tal modo percibir mejor en su originalidad. Es claro que, privándose de la onda, uno se priva también del sonido. Lo mismo sucede a quien busca conocer a Cristo, prescindiendo completamente del movimiento espiritual, que él ha iniciado, esto es, de la fe de la Iglesia.
No quisiera yo con esto dar la impresión de tener como inútil toda la investigación histórica obtenida sobre los Evangelios en los últimos tres siglos. Al contrario, es gracias a ella precisamente por lo que hemos adquirido este conocimiento más profundo y crítico de su «historicidad». A estos estudiosos, no sólo a los creyentes sino también a los no creyentes, les debemos una inmensa gratitud. Ellos han continuado, con otros medios y criterios, el mismo esfuerzo de Lucas de someter a «investigaciones cuidadas o diligentes» los hechos consignados, de modo que, mejor que los primeros lectores del Evangelio, podamos hoy nosotros darnos cuenta «de la solidez de las enseñanzas recibidas». Ante todo, estos estudios científicos de la Biblia han sido y son todavía ahora una escuela de ecumenismo.
El núcleo central del mensaje cristiano ha sido sometido a la más rigurosa criba por la crítica y ha permanecido en pie. Hasta ahora, esta prueba de fuego solamente el cristianismo la ha superado. Algunos se preguntan qué sucederá cuando, pronto o tarde, también deberán pasar otras fe religiosas a través de ella. Nosotros ciertamente no pronosticamos que ellas sean destruidas; pero, que sean purificadas, sí. Como ha sucedido para la fe cristiana.
Hemos apuntado algunos argumentos a favor de la fundamental verdad histórica de los Evangelios. Pero, posiblemente el argumento más convincente es el que experimentamos dentro de nosotros mismos cada vez que nos reunimos en profundidad desde una palabra de Cristo. Detrás de toda esta fuerza, intacta después de dos mil años, no puede existir un mito inventado por los hombres. ¿Qué otra palabra antigua o nueva ha tenido nunca el mismo poder?
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PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
La fuerza del Espíritu de Dios
«La fuerza del Espíritu Santo sostiene al Hijo de Dios que está pendiendo de la cruz, y lo ha sostenido siempre mientras caminaba en el mundo para cumplir con su misión.
El Hijo de Dios es el Ungido, el enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, y liberar a los cautivos y a los oprimidos.
Él es el Libertador, el Salvador, el que se ofrece como víctima de expiación por los pecados de todos los hombres.
La gracia de Dios está sobre Él, y actúa a través de Él con todo su poder por medio de sus discípulos, a quienes ha ungido como sacerdotes, configurándolos con Él, Cristo crucificado y Cristo resucitado, para derramar sobre el mundo su misericordia, proveniente de la gracia salvadora de su sacrificio en la cruz.
Es la fuerza del Espíritu de Dios que está sobre los sacerdotes y se derrama sobre todos los hombres, al transubstanciar el pan en el Cuerpo de Cristo y el vino en la Sangre de Cristo, para alimentar, sanar, liberar y divinizar a todo aquel que esté bien dispuesto a recibirlo.
Reconoce tú en cada sacerdote al mismo Cristo, y acércate a recibir la fuerza del Espíritu, dejándote ungir por el mismo Cristo a través de los sacramentos, para que seas sanado, liberado y enviado a proclamar la buena nueva a tus hermanos, y a anunciar con alegría el año de la gracia del Señor.
Escucha la Palabra de Dios a través de la voz del sacerdote, que se derrama con la misma fuerza que si de la boca del Hijo de Dios se predicara. Reconoce en esa Palabra la única verdad, y déjate iluminar con docilidad por el Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, que con el Padre y el Hijo es un solo Dios verdadero.
Y, con docilidad, déjate también transformar y guiar por sus mociones e inspiraciones, para que puedas evangelizar con el ejemplo, poniendo en obra tu fe, tu esperanza y tu caridad, procurando ser un instrumento de la misericordia de Dios, para acompañar y ayudar a los sacerdotes a cumplir con su misión de reunir a todas las ovejas de la casa de Israel en un solo pueblo santo, un solo rebaño con un solo Pastor».
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FLUVIUM (www.fluvium.org)
Para que el mundo se salve
Es importante que cuantos hemos aceptado el ideal de Jesucristo, le sigamos firmemente persuadidos de que es el Salvador del mundo. Y hablar de un Salvador para el mundo, supone aceptar que los hombres no se bastan por sí mismos en su paso por la vida. Se trata, desde luego, de una afirmación tan sorprendente hoy para muchos, como lo fueron aquellas palabras que hoy nos recuerda la Liturgia, pronunciadas por Jesús en la sinagoga de Nazaret: El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor.
Dios ha enviado a Jesucristo en favor de los hombres. Habla Jesús de unos pobres, que han de ser evangelizados; de unos cautivos, que han de ser redimidos; de unos ciegos, que pueden recuperar la vista; de otros, que padecen opresiones de diverso género, que deben ser librados de toda atadura hasta ser y sentirse libres de verdad. Habla por fin Jesús, de un tiempo de Gracia divina que Él ha venido a establecer.
Aquellas palabras del Señor fueron posiblemente unas de las primeras que pronunciaba en público. Por entonces, aunque ya se extendía su fama por Galilea, aún se sorprendía la gente admirada de que el hijo de José, el hijo del artesano, de uno de sus paisanos que todos habían conocido, fuera capaz de hablar con semejante sabiduría y autoridad. Bastantes, con el paso del tiempo, cuando tuvieron noticias o incluso la personal experiencia de sus milagros, cuando conocieron mejor su doctrina, acabarían diciendo: todo lo ha hecho bien; y, Éste habla con autoridad, no como los escribas. Algunos –no todos– le llegaron a reconocer expresamente como el Cristo, el Hijo de Dios, que ha venido a este mundo. Así lo confesaría, de modo expreso, Marta, hermana de Lázaro, antes de que resucitara al que llevaba ya cuatro días enterrado.
La veracidad, la autoridad, la bondad, el poder, eran incontestables en Jesús de Nazaret. Él no podía sino afirmar la verdad sobre sí mismo: que sobre Él descansaba el Espíritu de Dios para llevar a cabo la Redención. Una y otra vez, de diversos modos, adaptándose a las inteligencias de quienes le oían, enseñaba a vivir rectamente, pero no sólo según la justicia, que no sería bastante; con insistencia recuerda que sólo con Él era posible la Salvación a la que estamos llamados los hombres. Sin Mí no podéis hacer nada, advierte a sus Apóstoles. Porque toda su presencia en este mundo, fue para hacer realidad de modo pleno las palabras del profeta Isaías, según las cuales, por el Espíritu del Señor, todos los males de los hombres quedarían sanados. No tiene, pues, otro sentido su venida al mundo que la salvación del género humano. Por eso, era preciso que estuviera permanentemente con nosotros, y quiso quedarse para siempre en la Eucaristía, y nos envió además el Espíritu Santo –que procede del Padre y del Hijo– para que la Gracia y el Amor de Dios puedan llegar a todos los hombres de todos los tiempos, aunque nosotros no sepamos cómo.
La Trinidad Beatísima –Padre, Hijo y Espíritu Santo– ha dispuesto sabia y providencialmente que todos los hombres podamos alcanzar el eterno destino en su intimidad para el que fuimos creados. Así, afirma san Pablo, que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Y ha querido contar Dios Nuestro Señor, haciéndonos participar de su misión redentora, con los hombres y, de modo muy particular, con los cristianos. San Lucas, que nos transmite en esta ocasión las palabras de Jesús que hoy meditamos, nos da buen ejemplo de cómo se colaborara con Dios en la salvación de otros hombres.
Dirige el Evangelista este Evangelio, así como lo que podríamos llamar su segunda parte, “Los Hechos de los Apóstoles”, a su amigo Teófilo: para que conozcas la indudable certeza de las enseñanzas que has recibido, le advierte. Tras la lectura y oportuna meditación de los escritos de Lucas, Teófilo tenía ya sólidos argumentos para su inteligencia y abundantes estímulos, que animarían su libertad para dirigir la propia vida hacia Dios con decisión, de acuerdo con las enseñanzas y la virtud de Jesucristo. Dos libros escribió san Lucas pensando en un amigo. En realidad no parecen excesivos el esfuerzo y el interés, por facilitarle la salvación a un hombre. No olvidemos que a Jesús, Hijo de Dios, no le pareció excesivo dar la vida por nuestra salvación, siendo nuestra eterna felicidad.
¿Qué haremos tú y yo para querer de verdad –deseando seriamente lo mejor que es posible desear– a quienes decimos amar? Con la intercesión de Santa María, nuestra Madre del Cielo, sabremos querer a todos con ese amor de Jesucristo, que es salvador y reparte felicidad sin medida.
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PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
Para llevar a los pobres una buena noticia
Nos preparamos para escuchar este trozo del Evangelio repitiendo, en el estribillo del salmo responsorial, ese acto de fe: “Tus palabras, Señor, son Espíritu y vida”. En la Aclamación al Evangelio, la liturgia separó del resto del fragmento algunas palabras proponiéndonoslas como tema de reflexión para la homilía: “El Señor me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres”. Se trata de un oráculo del profeta Isaías que Jesús aplica a sí mismo. Según el evangelista Lucas, Jesús pronunció estas palabras en la sinagoga de Nazaret, al comienzo de su ministerio público; constituyen casi un título puesto al inicio de todo el Evangelio: ¡Esta es mi misión —parece decir Jesús— y estos son sus destinatarios! La importancia de estas palabras para comprender el espíritu del Evangelio y la ópera de Jesús es por lo tanto inmensa; de ella depende directamente la comprensión de las bienaventuranzas: Felices los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.
Debemos plantearnos dos interrogantes: primero, cuál es el mensaje de alegría proclamado; segundo, quiénes son los pobres a los cuales es proclamado.
En la boca de Isaías, que pronunciaba aquellas palabras a sus connacionales deportados de Babilonia (cf. Is. 61, l ssq.) el mensaje de alegría era la seguridad de que Yahvé su Dios estaba por volver a tomar en sus manos los destinos de su pueblo, que nuevamente extendería su brazo como en Egipto para rescatar a su pueblo; Jerusalén, la ciudad santa, sería reconstruida, ellos volverían con la misma alegría con la que el niño se arroja al regazo de la madre, en ella serían consolados (d. Is. 52, 7ssq; 55, 1ssq.). Una vez de vuelta en Jerusalén, la esperanza no cede, sino que se dilata a un horizonte y una realidad más grande y misteriosa: una soberanía de Dios ejercitada de cerca, personalmente, en la tierra.
Cuando Jesús, en Nazaret, cerró el libro y dijo: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír, fue como si hubiese dicho abiertamente: Llegó a su madurez la promesa antigua de Dios; hoy, conmigo, se realiza la Potestad nueva de Dios en la tierra. En otras palabras, repetía su invitación: ¡Conviértanse porque el Reino de Dios está aquí!
Este Reino significa, sí, la Potestad de Dios, una Potestad que, no obstante, no se expresa en dominio, en imposición de leyes, sino más bien en liberación de todas las dominaciones y esclavitudes; se expresa en paz y alegría del Espíritu, como dice San Pablo. Para los pobres, todo esto es una “buena noticia”, dado que en un Reino de Dios hecho así no tienen vigencia las leyes férreas y despiadadas que permiten que quien es rico y poderoso tenga siempre razón, que oprima al débil y se haga llamar, además, también benefactor. En el nuevo Reino, las relaciones se invierten: los últimos son los primeros, son los privilegiados, los invitados de honor. No en el sentido de que se convierten en los nuevos ricos y poderosos (¡un opresor que derroca a otro!), sino en el sentido de que cambia, a su favor, el patrón de evaluación: el servicio pasa a ser el valor, no el poder; el ser, no el tener.
Y ahora, la otra pregunta: ¿quiénes son los pobres a los cuales se anuncia la buena noticia? Dicho en otras palabras, ¿cuál es la pobreza declarada bienaventurada aquí y en el resto del Evangelio? Algunos responden: Es un estado social, es el simple hecho de no tener bienes y estar a la merced de los demás (o sea, en sentido estricto, oprimidos), como por ejemplo el pobre Lázaro de la parábola; los sentimientos y los méritos personales no cuentan para nada; lo que cuenta es que Dios es soberano justo y, como todo soberano justo (al menos en la mentalidad del Oriente antiguo), tiene el deber de proteger a quien no tiene otro defensor (J. Dupont).
Otros dicen: Es una actitud del espíritu, un modo de ser pobres, que supone la pobreza de hecho pero no necesariamente y, en todo caso, no se identifica con ella (A. Gelin).
Nosotros decimos: Es una y otra cosa a la vez; es una actitud interior que se basa en un estado de hecho, o tiende a él; es la “pobreza” sin agregados, del texto de Lucas de las bienaventuranzas (cf. Lc. 6, 20) y la “pobreza de alma” de la bienaventuranza de Mateo, tomadas juntas (cf. Mt. 5,3). La pobreza evangélica no se capta en toda su dimensión si no es mirándola desde estas dos perspectivas; los dos evangelistas pusieron en evidencia un aspecto real de la pobreza entendida por Jesús; la totalidad es recuperada juntando las dos partes del concepto de pobre: la de Lucas y la de Mateo. Una pobreza solamente “de espíritu” no explica el carácter concreto de tantas palabras de Jesús que invitan a poner el Reino de Dios por encima de todo y, si es necesario, a renunciar a todo por él; no explica el hecho de que Jesús elija a los pobres, los débiles, los sufrientes; no explica por qué justamente los pobres fueron los primeros en recibir la buena nueva de Jesús y en entrar en la Iglesia. Pero una pobreza que fuera solamente “de hecho” dejaría fuera todavía más cosas del Evangelio: ¿qué significaría por ejemplo, la invitación a hacernos como niños, tan cercana a la bienaventuranza de la pobreza (“Si no son como niños no entrarán en el reino de los cielos”)?; por qué el Magníficat opone los poderosos a los humildes (y no a los pobres), por qué Jesús opone los pequeños a los sabios y no a los ricos (cf. Mt. 11.,25)?
Isaías, a quien Jesús recurrió para expresar su misión, nos ayuda justamente a descubrir quiénes son los verdaderos pobres del Evangelio; son “los pobres de Yahvé”, los que son pobres “frente a Dios”, que en su aflicción y pobreza se acuerdan de él y vuelven a poner en él su esperanza y su confianza; que no confían” en los carros ni en los caballos” y ni siquiera en sus obras de justicia. Esta pobreza no es principalmente un modo de ser frente a los hombres, sino un modo de estar frente a Dios; estar como estaba el publicano en el templo, como estaba María, como estaba la primera comunidad cristiana después de Pascua: “humíllense bajo la mano poderosa de Dios” (cf. 1 Ped 5,6). La pobreza evangélica no es separable de la humildad; san Francisco de Asís, el gran cantor de la Señora Pobreza, lo había entendido a la perfección.
Tal vez no sea hoy menos importante volver a llamar la atención, en la Iglesia, sobre esta pobreza-humildad, de cuanto lo es volver a llamar la atención sobre la pobreza material. A veces, en la vida de la Iglesia, hay situaciones o momentos de pobreza. La primera lectura nos presentó, justamente, uno de esos momentos: un puñado de hombres –el “resto de Israel”– regresó del exilio a Jerusalén con Esdras y Nehemías; están reunidos en una plaza, mientras a su alrededor todo es ruina; es necesario volver a empezar desde el principio en medio de pueblos hostiles que ven con desagrado a esta pequeña comunidad que no quiere adecuarse a los usos de todos. ¡Qué lejos está el esplendor de los templos de David y Salomón! Ellos escuchan la palabra de Dios y lloran. Pues bien, esa es una situación de pobreza en la historia de Israel, más cercana a nuestra situación de Iglesia hoy, de lo que puede parecer. La gran cultura (o mejor dicho, la que se cree tal) ha dado la espalda a la Iglesia y se yergue en juez suyo; los cristianos son cada vez más una minoría y a veces hasta se han puesto en ridículo; a menudo pierden sus batallas (como ocurrió con las del divorcio y el aborto); hay quienes hablan de situación de ghetto de los católicos. ¡Qué lejos están los fastos que había en el régimen de la cristiandad!
Vivir esta situación de pobreza quiere decir renunciar a pelear con el mundo, a buscar venganzas de índole política, a asumir una postura de víctimas; quiere decir confiar en el Señor y sobre todo continuar amando y perdonando, como hacían los primeros cristianos, que fueron más marginados y perseguidos que nosotros, de los cuales encontramos escrito que “disculpaban a todos, no condenaban a nadie; soltaban a todos, no ataban a nadie y rezaban por aquellos que los torturaban” (en Eusebio, Storia eccl. V, 1,2). Su “no” al compromiso y a la apostasía no hacía más que parecer más luminoso sobre el fondo de ese “no” suyo al odio y al resentimiento.
Al cerrar el Libro, ese día, Jesús dijo: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura. También nosotros cerramos ahora el libro del Evangelio del cual oímos estas cosas; pero no todo puede terminar aquí; más aún, en cierto sentido, todo comienza en este momento: Sabiendo estas cosas (que el Reino de Dios es para los pobres), serán felices si las practican, nos repite Jesús (Jn. 13,17). La palabra de Jesús se cumple de nuevo cada vez que hay alguien que la escucha y la pone en práctica; el “hoy” pronunciado por él ese día se prolonga en la Iglesia y dura todavía. En otras palabras, también nosotros somos enviados a anunciar a los pobres una buena noticia.
La Eucaristía que ahora recibimos hace que el Espíritu del Señor que se derramó sobre Jesús de Nazaret se derrame también sobre nosotros y que podamos “cumplir”, como él, esta Escritura.
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BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
Homilía con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II
Homilía en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe y San Felipe Mártir (27-I-1980)
– El concepto de “cuerpo” de Cristo
Todo el rico contenido de las lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo se podría encerrar en dos expresiones: “cuerpo” y “palabra”.
Debemos a San Pablo la elocuente comparación, según la cual, la Iglesia se define como “Cuerpo de Cristo”. Efectivamente, el Apóstol hace una larga digresión sobre el tema del cuerpo humano, para afirmar después que, así como muchos miembros se unen entre sí en la unidad del cuerpo, de la misma manera todos nosotros nos unimos en Cristo mismo porque “hemos sido bautizados en un solo Espíritu” (1 Cor 12,13) y “hemos bebido del mismo Espíritu” (Ib.). Así pues, por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, constituimos con Cristo y en Cristo una unión semejante a la de los miembros en el cuerpo humano. El Apóstol habla de miembros, pero se podría pensar y hablar también de los “órganos” del cuerpo e incluso de las “células” del organismo. Es sabido que el cuerpo humano tiene no sólo una estructura externa, en la que se distinguen sus miembros, sino también una estructura interna en cuanto organismo. Su constitución es enormemente rica y preciosa. Precisamente esta constitución interna, más aún que su estructura externa, da testimonio de la recíproca dependencia del sistema físico del hombre.
Y baste esto sobre el tema “cuerpo”.
– El concepto de “palabra”
El segundo concepto central de la liturgia de hoy es la “palabra”. El Evangelista Lucas recuerda este aspecto particular al comienzo de la actividad pública de Cristo, cuando Él fue a la sinagoga de Nazaret, su ciudad. Allí, el sábado, leyó ante sus paisanos reunidos algunas palabras del libro del profeta Isaías, que se referían al futuro Mesías, y enrollando el volumen dijo a los presentes: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21).
De este modo comenzó en Nazaret su enseñanza, esto es, el anuncio de la Palabra, afirmando que era el Mesías anunciado en el libro profético.
El Cuerpo de Cristo, esto es la Iglesia, se construye, desde el comienzo, basándose en su Palabra. La palabra es la expresión del pensamiento, es decir, el instrumento del Espíritu (y ante todo del espíritu humano) para estrechar los contactos entre los hombres, para entenderse, para unirse en la construcción de una comunión espiritual.
– La palabra, cauce de la unidad del cuerpo
La palabra de la predicación de Cristo –y luego la palabra de la predicación de los Apóstoles y de la Iglesia– es la expresión y el instrumento con el que el Espíritu Santo habla al espíritu humano, para unirse con los hombres y para que los hombres se unan a Cristo. El Espíritu de Cristo une a los miembros, a los órganos, a las células, y construye así la unidad del cuerpo fundándose en la palabra de Cristo mismo, anunciada en la Iglesia y por la Iglesia.
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Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Cristo anuncia la liberación de los pobres, los cautivos y los ciegos, carencias que engloban todas las necesidades humanas tanto corporales como espirituales. Ella abarca la totalidad de las ataduras humanas, pero, especialmente, la del pecado. No existe ningún fundamento bíblico que lleve a confundir la salvación cristiana con las propuestas de signo político, con los programas económicos o de promoción social y cultural, aunque éstas no sean ignoradas. ¿Es preciso recordar con sencillez que Cristo no fundó ningún dispensario médico, por ofrecer un ejemplo, aun cuando curó a muchos?
La misión de la Iglesia es de naturaleza eminentemente espiritual, aunque a lo largo de su historia ha creado y promovido innumerables organismos de ayuda de todo signo. Los primeros cristianos manifestaron su amor a todos atendiendo a las necesidades materiales de todos sin olvidar las del alma. No daban sólo lo que les sobraba, eran generosos y espléndidos, sino que se daban “a sí mismos, primeramente al Señor y luego, por voluntad de Dios, a nosotros” (2 Cor 2,5). Con toda probabilidad alude S: Pablo aquí a la evangelización. Comentando este pasaje, S: Tomás dice: “así debe ser el orden en el dar: que primero el hombre sea aprobado por Dios, porque si no es grato a Dios, tampoco serán recibidos sus dones”.
Hemos de ser sensibles a estas necesidades. No puede un cristiano conformarse con un trabajo que le permita ganar lo suficiente para vivir él y los suyos: su grandeza de corazón le impulsará a arrimar el hombro para sostener a los demás, por un motivo de caridad, y por un motivo de justicia (S. Josemaría Escrivá).
Pero hay una pobreza cultural religiosa, una esclavitud y una ceguera del alma, que deben ser atendidas con mayor desvelo aún. “El que ama a su prójimo, debe hacer tanto bien a su cuerpo como a su alma”, sentencia S. Agustín. Preguntémonos: ¿me preocupan quienes me rodean, su falta de formación, su confusión doctrinal, su vacío, su tristeza? ¿Olvido que si ayudo a los demás a conocer a Jesucristo y seguirle pondré remedio a asuntos que no se solucionan con remedios humanos sólo y contribuiré a que, como en la sinagoga de Nazaret, muchos alaben a Jesucristo?
Recordando a S. Pablo, podríamos concluir que ya podemos distribuir todos nuestros bienes a los pobres, que si nos faltara el amor a Dios y, por él, a todos los hombres y a todo el hombre, no seríamos sino una campana que suena, alguien que se movió un poco, pero cuyo eco se pierde en el silencio del tiempo, como el tañido de las campanas cuando muere la tarde.
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Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
El culto espiritual
I. LA PALABRA DE DIOS
Ne 8, 2-4a.5-6.8-10: Leyeron el libro de la ley y todo el pueblo estaba atento
Sal 18, 8.9.10.15: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
1 Co 12, 12-30: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro
Lc 1, 1-4; 4, 14-21: Hoy se cumple esta Escritura
II. LA FE DE LA IGLESIA
«Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras... si se realizan en el Espíritu... se convierten en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios» (901).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«En la Sinagoga estaba establecido el pasaje que debía leerse. Pero, sea cual sea el pasaje, hoy está escrito para mí. Tanto si escucho la Escritura en la asamblea de los fieles, como si la escucho en privado, si Tú (Señor) lees por mí, siempre habrá un texto que me dirá algo en la situación en que me encuentro. Y si mi corazón está lleno de ti, descubriré inmediatamente la palabra que me puede dar el empuje y la ayuda que necesito» (Un monje de la Iglesia oriental).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
El pueblo judío tenía como preciado tesoro la costumbre de proclamar y comentar comunitariamente la Sagrada Escritura. Es el «culto espiritual» que fue sustituyendo a los antiguos sacrificios, al volver del exilio de Babilonia.
La lectura evangélica une el prólogo de S. Lucas, cuyo texto se seguirá en todo el ciclo litúrgico, con la presentación de Jesús de Galilea y en la Sinagoga de Nazaret, después de ser ungido por el Espíritu en el bautismo y de vencer la tentación en el desierto. La «Palabra» se cumple en El.
La segunda lectura expone la imagen del cuerpo y la relación entre sus diferentes miembros para explicar lo que es la comunión eclesial.
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
La Iglesia, cuerpo de Cristo: 787-789.
Un solo cuerpo. Cristo, Cabeza: 790-795.
Los fieles laicos. Su vocación: 897-900.
La respuesta:
La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo: 901-903.
C. Otras sugerencias
El Señor se presenta en medio de su pueblo, ungido por el Espíritu de Dios tras la experiencia del desierto y el bautismo en el Jordán. En la sinagoga anuncia su vida pública inspirándose en un cántico del siervo de Yahve.
Los bautizados estamos ungidos por el mismo Espíritu de Dios y llamados a hacer presente nuestra unión con Cristo en medio de nuestros pueblos y situaciones.
Hemos sido consagrados a Cristo en el bautismo. Estamos llamados a su misma misión. También en nosotros la Palabra se cumple hoy, y podemos participar de la misión sacerdotal de Cristo. Es nuestro culto espiritual.
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HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
Formación doctrinal.
– Oír con fe y devoción la Palabra de Dios. La lectura del Evangelio. La ignorancia, «el mayor enemigo de Dios en el mundo».
I. La Primera lectura de la Misa nos narra con gran emotividad la vuelta a Judea del pueblo elegido, después de tantos años de destierro en Babilonia. En suelo judío, un sacerdote, Esdras, explica al pueblo el contenido de la Ley que habían olvidado en aquellos años pasados en «tierra extraña». Leyó el libro sagrado desde el amanecer hasta el mediodía, y todos, de pie, seguían atentamente las enseñanzas, y el pueblo entero lloraba. Es un llanto en el que se mezclan la alegría por reconocer de nuevo la Ley de Dios, y la tristeza, porque su anterior olvido de la Ley les acarreó el destierro.
Cuando nos congregamos para participar en la santa Misa escuchamos de pie, en actitud de vigilia, la Buena Nueva que siempre nos trae el Evangelio. Hemos de oírlo con una disposición atenta, humilde y agradecida, porque sabemos que el Señor se dirige a cada uno en particular. «Nosotros –escribía San Agustín– debemos oír el Evangelio como si el Señor estuviera presente y nos hablase. No debemos decir: “felices aquellos que pudieron verle”. Porque muchos de los que le vieron le crucificaron; y muchos de los que no le vieron creyeron en Él. Las mismas palabras que salían de la boca del Señor se escribieron y se guardaron y conservaron para nosotros».
Sólo se ama a quien se conoce; por eso, muchos cristianos dedican además, cada día, unos minutos a leer y meditar el Santo Evangelio, que nos conduce como de la mano al conocimiento y a la contemplación de Jesucristo. Nos enseña a verlo como lo vieron los Apóstoles, a observar sus reacciones, su modo de comportarse, sus palabras llenas siempre de sabiduría y autoridad; nos lo muestra compasivo ante la desgracia en unas ocasiones, santamente enfadado en otras, comprensivo con los pecadores, firme ante los fariseos falsificadores de la religión, lleno de paciencia con aquellos discípulos que no entienden muchas veces el sentido de sus palabras...
Nos sería muy difícil amar a Jesucristo, conocerle de verdad, si no escucháramos frecuentemente la Palabra de Dios, si no leyéramos con atención, cada día, el Santo Evangelio. Esa lectura –quizá unos pocos minutos– alimenta nuestra piedad.
Al terminar el sacerdote cada una de las lecturas de la Sagrada Escritura, dice: Palabra de Dios. Y todos los fieles contestan: ¡Te alabamos, Señor! Y ¿cómo le alabamos? El Señor no se contenta con nuestras palabras: quiere también una alabanza con obras. No podemos arriesgarnos a olvidar la ley de Dios, a que las enseñanzas de la Iglesia queden en nosotros como verdades difusas e inoperantes, o conocidas sólo superficialmente; eso supondría para nuestra vida un destierro mucho más amargo que el de Babilonia. El gran enemigo de Dios en el mundo es la ignorancia, «que es causa y raíz de todos los males que envenenan los pueblos y perturban a muchas almas».
Y sabemos bien que el mal que afecta a gran número de cristianos es la falta de formación doctrinal. Es más, muchos están inficionados del error, enfermedad más grave que la misma ignorancia. ¡Qué pena si nosotros, por falta de la necesaria doctrina, no supiéramos darles a conocer a Cristo y la luz necesaria para que comprendan sus enseñanzas!
– La formación del cristiano continúa durante toda su vida. Necesidad de una buena formación.
II. En la Misa de hoy leemos el comienzo del Evangelio de san Lucas, quien nos dice que ha resulto poner por escrito la vida de Cristo para que conozcamos la solidez de las enseñanzas que hemos recibido. La obligación de conocer con profundidad la doctrina de Jesús, cada uno según las circunstancias de su vida, atañe a todos y dura mientras continúe nuestro caminar sobre la tierra. «El crecimiento de la fe y de la vida cristiana, y más en el contexto ad verso en que vivimos, necesita un esfuerzo positivo y un ejercicio permanente de la libertad personal. Este esfuerzo comienza por la estima de la propia fe como lo más importante de nuestra vida. A partir de esta estimo nace el interés por conocer y practicar cuanto está contenido en la fe en Dios y el seguimiento de Cristo en el contexto complejo y variante de la vida real de cada día». Nunca hemos de considerarnos con la suficiente formación, nunca deberemos conformarnos con el conocimiento de Jesucristo y de sus enseñanzas que hayamos adquirido. El amor pide siempre conocer más de la persona amada. En la vida profesional, un médico, un arquitecto o un abogado, si son buenos profesionales, no dan por terminado su estudio al acabar la carrera: siempre están en continua formación. Lo mismo ocurre con el cristiano. También a la formación doctrinal se le puede aplicar aquella sentencia de San Agustín: «¿Dijiste basta? Pereciste».
La calidad del instrumento –eso somos todos: instrumentos en manos de Dios– puede mejorar, desarrollar nuevas posibilidades. Cada día podemos amar un poco más y ser más ejemplares. Esto no lo conseguiremos si nuestro entendimiento no recibe continuamente el alimento de la sana doctrina. «No sé cuántas veces me han dicho –comenta un autor de nuestros días– que un anciano irlandés que no sepa más que rezar el Rosario puede ser más santo que yo, con todos mis estudios. Es muy posible que así sea; y, por su propio bien, espero que así sea. No obstante, si el único motivo para hacer tal afirmación es el de que sabe menos teología que yo, ese motivo no me convence; ni a mí ni a él. No le convencería a él, porque todos los ancianos irlandeses con devoción al Santo Rosario y al Santísimo que he conocido (...) estaban deseosos de conocer más a fondo se fe. No me convencería a mí, porque si bien es evidente que un hombre ignorante puede ser virtuoso, es igualmente evidente que la ignorancia no es una virtud. Ha habido mártires que no hubieran sido capaces de anunciar correctamente la doctrina de la Iglesia, siendo el martirio la máxima prueba de amor. Sin embargo, si hubieran conocido más a Dios, su amor hubiera sido mayor».
La llamada «fe del carbonero» (lo creo todo, aunque no sepa qué es) no es suficiente para el cristiano que, en medio del mundo, encuentra cada día confusión y falta de luz en cuanto a la doctrina de Jesucristo –la única salvadora– y a los problemas éticos, nuevos y antiguos, con que se tropieza en el ejercicio de su profesión, en la vida familiar, en el ambiente en que se desarrolla su vida.
El cristiano debe conocer bien los argumentos que le permitan contrarrestar los ataques de los enemigos de la fe y saber presentarlos de forma atrayente (no se gana nada con la intemperancia, la discusión y el malhumor), con claridad (sin poner matices donde no los puede haber) y con precisión (sin dudas ni titubeos).
La «fe del carbonero» puede salvar quizá al carbonero, pero en otros cristianos la ignorancia del contenido de la fe significa generalmente falta de fe, desidia, desamor: «frecuentemente la ignorancia es hija de la pereza», repetía San Juan Crisóstomo. Es de gran importancia en la lucha contra la incredulidad poseer un conocimiento preciso y completo de la teología católica. Por eso «cualquier chico bien instruido en el Catecismo es, sin él sospecharlo, un auténtico misionero». Con el estudio del Catecismo, verdadero compendio de la fe, y de las lecturas que nos aconsejen en la dirección espiritual, combatiremos la ignorancia y el error en muchos lugares y en muchas personas, que podrán hacer frente a tantas doctrinas falsas y a tantos maestros del error.
– Tiempo y constancia para adquirir la buena doctrina. La lectura espiritual.
III. La buena formación requiere tiempo y constancia. La continuidad ayuda a comprender y a incorporar, a hacer vida propia la doctrina que llega a nuestro entendimiento. Para seso, debemos procurar, en primer lugar, que los canales estén expeditos y circule por ellos la sana doctrina: dedicar el interés necesario a nuestra formación, convencidos de la trascendental importancia que tiene para nosotros cuidar con esmero la práctica de la lectura espiritual, de acuerdo a un plan bien orientado, de modo que su contenido deje continuo poso en nuestra alma.
Se ha dicho que para curar a un enfermo basta ser médico; no es preciso contraer la misma enfermedad. Nadie debe ser «tan ingenuo como para pensar que, si se quiere tener formación teológica, es necesario tomarse todo tipo de brebajes..., aunque sean emponzoñados. Esto es de sentido común, no sólo de sentido sobrenatural, y la experiencia de cada uno podría corroborarlo con muchos ejemplos». Por este motivo, pedir consejo en las lecturas de libros es parte importante de la virtud de la prudencia, de modo muy particular si se trata de libros teológicos o filosóficos, que pueden afectar esencialmente a nuestra formación y a la misma fe. ¡Qué importante es acertar en la lectura de un libro! Pero esta importancia se acrecienta en aquellos libros que específicamente deben estar destinados a la formación de nuestra alma.
Si somos constantes, si cuidamos aquellos medios por los que nos llega la buena doctrina (lectura espiritual, retiros, círculos de estudio, charlas de formación, dirección espiritual...), nos encontraremos, casi sin darnos cuenta, con una gran riqueza interior que incorporaremos poco a poco a nuestra vida. Por otra parte, cara a los demás nos hallaremos, como el labriego, con el cesto de la siembra repleto ante el campo en barbecho dispuesto a recibir la buena semilla, pues aquello que recibimos es útil para nuestra alma y para transmitirlo a otros. La semilla se pierde cuando no se hace fructificar, y el mundo es un inmenso surco en el que Cristo quiere que sembremos su doctrina.
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Rev. D. Bernat GIMENO i Capín (Barcelona, España) (www.evangeli.net)
Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido
Hoy comenzamos a escuchar la voz de Jesús a través del evangelista que nos acompañará durante todo el tiempo ordinario propio del ciclo “C”: san Lucas. Que «conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,4), escribe Lucas a su amigo Teófilo. Si ésta es la finalidad del escrito, hemos de tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de meditar el Evangelio del Señor —palabra viva y, por tanto, siempre nueva— cada día.
Como Palabra de Dios, Jesús hoy nos es presentado como un Maestro, ya que «iba enseñando en sus sinagogas» (Lc 4,15). Comienza como cualquier otro predicador: leyendo un texto de la Escritura, que precisamente ahora se cumple... La palabra del profeta Isaías se está cumpliendo; más aún: toda la palabra, todo el contenido de las Escrituras, todo lo que habían anunciado los profetas se concreta y llega a su cumplimiento en Jesús. No es indiferente creer o no en Jesús, porque es el mismo “Espíritu del Señor” quien lo ha ungido y enviado.
El mensaje que quiere transmitir Dios a la humanidad mediante su Palabra es una buena noticia para los desvalidos, un anuncio de libertad para los cautivos y los oprimidos, una promesa de salvación. Un mensaje que llena de esperanza a toda la humanidad. Nosotros, hijos de Dios en Cristo por el sacramento del bautismo, también hemos recibido esta unción y participamos en su misión: llevar este mensaje de esperanza por toda la humanidad.
Meditando el Evangelio que da solidez a nuestra fe, vemos que Jesús predicaba de manera distinta a los otros maestros: predicaba como quien tiene autoridad (cf. Lc 4,32). Esto es así porque principalmente predicaba con obras, con el ejemplo, dando testimonio, incluso entregando su propia vida. Igual hemos de hacer nosotros, no nos podemos quedar sólo en las palabras: hemos de concretar nuestro amor a Dios y a los hermanos con obras. Nos pueden ayudar las Obras de Misericordia —siete espirituales y siete corporales— que nos propone la Iglesia, que como una madre orienta nuestro camino.
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EXAMEN DE CONCIENCIA PARA EL SACERDOTE – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
El poder de Dios
«Jesucristo… ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Apoc 1, 5-6).
Todo el poder de Dios se ha derramado al mundo a través de un hombre que también es Dios, que tiene la naturaleza humana y su fragilidad, y tiene la naturaleza de la divinidad.
Todo el poder de Dios ha sido puesto en las manos de los hombres, a través de un solo hombre y Dios, que es Cristo.
Poder para curar, para sanar, para expulsar demonios, y para dar vida a los muertos.
Poder para convencer mientras predica su Palabra.
Poder para atraer a los hombres más lejanos hasta Él.
Poder para llevar la paz a todos los rincones del mundo.
Poder para transformar corazones de piedra en corazones de carne.
Poder para soportar la infamia, la burla, la indiferencia, la difamación, la calumnia, la ignominia, la inmundicia, la ingratitud, la mentira, la persecución, el mal juicio, la traición, la flagelación, y hasta una tortura de crucifixión, en la que Él mismo entrega su vida, soportando el dolor, el sufrimiento hasta el extremo, dando su vida por amor, porque nadie se la quita, Él la da, por su propia voluntad.
Entrega total, entrega sincera, amor verdadero de aquel que nos amó primero y que, amando hasta el extremo, entregó su poder en manos de aquellos que tanto amó y que eran sus siervos.
Aquellos que siendo Él el maestro, los hizo sus discípulos.
Aquellos que siendo Él el pastor, los hizo sus corderos.
Aquellos que quiso hacerlos como Él y no los llamó siervos, los llamó amigos, los llamó sacerdotes de su Iglesia y pastores de su rebaño.
Y les da el poder de Dios en sus manos, para transformar el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, pan bajado del Cielo.
Poder para curar, para sanar, para expulsar demonios, para resucitar muertos, a través de los sacramentos.
Poder para convertir corazones y para perdonar los pecados.
Poder para predicar la Palabra de Dios, llevando la Buena Nueva al mundo entero.
Poder para construir en la tierra el Reino de los Cielos.
Poder para multiplicar los panes a través de la Eucaristía.
Poder para derramar la misericordia y la gracia de Dios a todos los corazones de los hombres.
Poder para enseñar como quien tiene autoridad y sabiduría, porque tiene al Espíritu Santo que lo guía.
Poder para escrutar los corazones, penetrando con la Palabra, como espada de dos filos, hasta lo más profundo de las almas, para discernir el bien y el mal, la verdad y la mentira, la pureza y las malas intenciones de los hombres, y poder dar buen consejo, para convertir los corazones de piedra en corazones de carne.
A ti sacerdote se te ha dado ese poder de Dios. Poder para perdonar, poder para salvar, pero, sobre todo, poder para amar hasta el extremo, como te enseñó tu Maestro, haciéndote a los hombres como se hizo Él, llevando misericordia a las miserias de los hombres, para transformarlos, purificarlos, salvarlos y santificarlos.
Sacerdote: tú tienes el poder en tus manos, úsalo para hacer el bien, aprovéchalo para hacer mucho bien; agradécelo, porque es también para tu propio bien.
Pero ten cuidado, porque el poder mal utilizado, mal intencionado, mal aplicado y mal aprovechado puede ser tu propia condena.
Cuida, sacerdote, la gracia que Dios ha confiado en tus benditas manos, y entrégale a través de ese poder la gloria que, con tu trabajo, cumpliendo con tu ministerio, y siendo tú mismo el ejemplo, consigas para Él, a imagen y semejanza del Padre, que glorifica al Hijo, para que el Hijo glorifique, en ti, al Padre.
Sacerdote: tú tienes autoridad en el mundo, porque tienes el poder que no es del mundo, y hasta los demonios te obedecen. Usa tu poder para cambiar el mundo, para salvar el mundo.
Pero usa tu poder para salvarte a ti también.
Poder de discernir el mal y el bien, primero en ti.
Poder de predicar la Palabra de Dios y aplicarla primero en ti.
Poder de trasformar tu corazón de piedra en corazón de carne a través de tu fe, de tu obediencia y de tu amor.
Vive en el amor, sacerdote, y santifica tu vida, porque en tus manos tienes el poder de Dios.
(Espada de Dos Filos I, n. 18)
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NOTA SOBRE EL DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y
LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
19 de diciembre de 2020
***
El Domingo de la Palabra de Dios, querido por el Papa Francisco en el III Domingo del Tiempo Ordinario de cada año, recuerda a todos, pastores y fieles, la importancia y el valor de la Sagrada Escritura para la vida cristiana, como también la relación entre Palabra de Dios y liturgia: «Como cristianos somos un solo pueblo que camina en la historia, fortalecido por la presencia del Señor en medio de nosotros que nos habla y nos nutre. El día dedicado a la Biblia no ha de ser “una vez al año”, sino una vez para todo el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera».
Este Domingo constituye, por tanto, una buena ocasión para releer algunos documentos eclesiales y, sobre todo, los Praenotanda del Ordo Lectionum Missae, que presentan una síntesis de los principios teológicos, celebrativos y pastorales sobre la Palabra de Dios proclamada en la Misa, pero válidos, también, para toda celebración litúrgica (Sacramentos, Sacramentales, Liturgia de las Horas).
1. Por medio de las lecturas bíblicas proclamadas en la liturgia, Dios habla a su pueblo y Cristo mismo anuncia su Evangelio; Cristo es el centro y la plenitud de toda la Escritura: Antiguo y Nuevo Testamento.La escucha del Evangelio, punto culminante de la Liturgia de la Palabra, se caracteriza por una particular veneración, expresada no solo en los gestos y en las aclamaciones, sino también en el mismo libro de los Evangelios. Una de las posibilidades rituales adecuadas para este Domingo podría ser la procesión de entrada con el Evangeliario o, en ausencia del mismo, su colocación sobre el altar.
2. La ordenación de las lecturas bíblicas dispuesta por la Iglesia en el Leccionario suministra el conocimiento de toda la Palabra de Dios. Por eso, es necesario respetar las lecturas indicadas, sin sustituirlas o suprimirlas, utilizando versiones de la Biblia aprobadas para el uso litúrgico. La proclamación de los textos del Leccionario constituye un vínculo de unidad entre todos los fieles que los escuchan. La comprensión de la estructura y la finalidad de la Liturgia de la Palabra ayuda a la asamblea de los fieles a recibir de Dios la palabra que salva……
3. Se recomienda el canto del Salmo responsorial, respuesta de la Iglesia orante, por eso, se ha de incrementar el servicio del salmista en cada comunidad.
4.- En la homilía se exponen, a lo largo del año litúrgico y partiendo de las lecturas bíblicas, los misterios de la fe y las normas de vida cristiana. «Los Pastores son los primeros que tienen la gran responsabilidad de explicar y permitir que todos entiendan la Sagrada Escritura. Puesto que es el libro del pueblo, los que tienen la vocación de ser ministros de la Palabra deben sentir con fuerza la necesidad de hacerla accesible a su comunidad». Los obispos, presbíteros y diáconos deben empeñarse en realizar este ministerio con especial dedicación, aprovechando los medios propuestos por la Iglesia.
5. Particular importancia tiene el silencio que, favoreciendo la meditación, permite que la Palabra de Dios sea acogida interiormente por quien la escucha.
6. La Iglesia siempre ha manifestado particular atención a quienes proclaman la Palabra de Dios en la asamblea: sacerdotes, diáconos y lectores. Este ministerio requiere una específica preparación interior y exterior, la familiaridad con el texto que ha de ser proclamado y la necesaria práctica en el modo de proclamarlo, evitando toda improvisación. Existe la posibilidad de introducir las lecturas con breves y oportunas moniciones.
7. Por el valor que tiene la Palabra de Dios, la Iglesia invita a cuidar el ambón desde el cual es proclamada; no se trata de un mueble funcional, sino del lugar apropiado a la dignidad de la Palabra de Dios, en correspondencia con el altar: hablamos de la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, en referencia tanto al ambón como, sobre todo, al altar. El ambón está reservado para las lecturas, el canto del Salmo responsorial y el pregón pascual; desde él se pueden pronunciar la homilía y las intenciones de la oración universal, y no es aconsejable que se acceda a él para comentarios, avisos, dirección del canto.
8. Los libros que contienen los textos de la Sagrada Escritura suscitan en quienes los escuchan la veneración por el misterio de Dios, que habla a su pueblo. Por eso, se ha de cuidar su aspecto material y su buen uso. Es inadecuado recurrir a folletos, fotocopias o subsidios en sustitución de los libros litúrgicos.
9. En los días previos o sucesivos al Domingo de la Palabra de Dios es conveniente promover encuentros formativos para poner de manifiesto el valor de la Sagrada Escritura en las celebraciones litúrgicas; puede ser una ocasión para conocer mejor cómo la Iglesia en oración lee la Sagrada Escritura con lectura continua, semicontinua y tipológica; cuáles son los criterios de distribución litúrgica de los diversos libros bíblicos a lo largo del año y en sus tiempos; la estructura de los ciclos dominicales y feriales de las lecturas de la Misa.
10. El Domingo de la Palabra de Dios es también una ocasión propicia para profundizar en el vínculo existente entre la Sagrada Escritura y la Liturgia de las Horas, la oración de los Salmos y Cánticos del Oficio, las lecturas bíblicas, promoviendo la celebración comunitaria de Laudes y Vísperas.
Entre los numerosos santos y santas, testigos todos del Evangelio de Jesucristo, puede ser propuesto como ejemplo san Jerónimo por el gran amor que tuvo a la Palabra de Dios. Como ha recordado recientemente el Papa Francisco, él fue «un incansable estudioso, traductor, exégeta, profundo conocedor y apasionado divulgador de la Sagrada Escritura. … Poniéndose a la escucha, Jerónimo se encontró a sí mismo en la Sagrada Escritura, como también el rostro de Dios y de los hermanos, y afinó su predilección por la vida comunitaria».
Esta Nota, a la luz del Domingo de la Palabra de Dios, quiere reavivar la conciencia de la importancia de la Sagrada Escritura en nuestra vida de creyentes, a partir de su resonancia en la liturgia, que nos pone en diálogo vivo y permanente con Dios. «La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana».
En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 17 de diciembre de 2020.
Robert Card. Sarah
Prefecto
✠ Arthur Roche
Arzobispo Secretario