Domingo IX del Tiempo Ordinario (ciclo B)
(Comentarios sobre las Lecturas propias de la Santa Misa para meditar y preparar la homilía)
- DEL MISAL MENSUAL
- BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
- COMENTARIO A LA BIBLIA LITÚRGICA (www.deiverbum.org)
- TRADICIÓN (www.deiverbum.org)
- DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
- PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
- RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
- PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
- HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
- Rev. D. Ignasi FABREGAT i Torrents (Terrassa, Barcelona, España) (www.evangeli.net)
- EXAMEN DE CONCIENCIA PARA SACERDOTES – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
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Este subsidio ha sido preparado por La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes (www.lacompañiademaria.com), para ponerlo al servicio de los sacerdotes, como una ayuda para preparar la homilía dominical (lacompaniademaria01@gmail.com).
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DEL MISAL MENSUAL
GUARDAR EL SÁBADO
Deut 5, 12-15; 2 Cor 4, 6-11; Mc 2, 23-3, 6
La norma del descanso sabático estaba justificada en la ley del Deuteronomio con un par de argumentos: la gratitud y el encuentro del israelita fiel con Dios. Cuanto Israel lo vive en su historia diaria puede compartir y presentarse ante la mirada de Dios. Una segunda razón era el derecho al ocio y el reposo tanto para hombres como animales. Ya no se vivía en la opresión egipcia, sino en la tierra de libertad, prometida a los patriarcas. De ahí que era necesario reposar y recuperar el ánimo para el trabajo. Guiado por esa intencionalidad, el Señor Jesús redescubre el verdadero valor del reposo sabático. Es un día especial, que permite el encuentro consigo mismo y con Dios. No tiene sentido cumplir la norma sin conocer la voluntad del legislador. Por eso el Señor Jesús aprovecha cheposo del sábado para liberar de la opresión y la enfermedad a cuantos llevaban sobre si, años de sufrimiento.
ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 24, 16. 18
Mírame, Señor, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido. Ve mi pequeñez y mis trabajos, y perdona todos mis pecados, Dios mío.
ORACIÓN COLECTA
Señor Dios, cuya providencia no se equivoca en sus designios, te rogamos humildemente que apartes de nosotros todo lo que pueda causarnos algún daño y nos concedas lo que pueda sernos de provecho. Por nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Recuerda que fuiste esclavo en Egipto.
Del libro del Deuteronomio: 5, 12-15
Esto dice el Señor: “Santifica el día sábado, como el Señor, tu Dios, te lo manda. Tienes seis días para trabajar y hacer tus quehaceres, pero el séptimo es día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios. No harán trabajo alguno ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni tu ganado, ni el extranjero que hospedes en tu casa; tu esclavo y tu esclava descansarán igual que tú.
Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que te sacó de allá el Señor, tu Dios, con mano fuerte y brazo poderoso. Por eso te manda el Señor, tu Dios, guardar el día sábado”.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 80, 3-4. 5-6ab. 6c-8a. 10-11b
R/. El Señor es nuestra fortaleza.
Entonemos un canto al son de las guitarras y del arpa. Que suene la trompeta en esta fiesta, que conmemora nuestra alianza. R/.
Porque ésta es una ley en Israel, es un precepto que el Dios de Jacob estableció para su pueblo, cuando lo rescató de Egipto. R/.
Oyó Israel palabras nunca oídas: “He quitado la carga de tus hombros y el pesado canasto de tus manos. Clamaste en la aflicción y te libré. R/.
No tendrás otro Dios, fuera de mí, ni adorarás a dioses extranjeros. Pues yo, el Señor, soy el Dios tuyo, el que te sacó de Egipto, tu destierro”. R/.
SEGUNDA LECTURA
La vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne mortal.
De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios: 4, 6-11
Hermanos: El mismo Dios que dijo: Brille la luz en medio de las tinieblas, es el que ha hecho brillar su luz en nuestros corazones, para dar a conocer el resplandor de la gloria de Dios, que se manifiesta en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos.
Por eso sufrimos toda clase de pruebas, pero no nos angustiamos. Nos abruman las preocupaciones, pero no nos desesperamos. Nos vemos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no vencidos.
Llevamos siempre y por todas partes la muerte de Jesús en nuestro cuerpo, para que en este mismo cuerpo se manifieste también la vida de Jesús. Nuestra vida es un continuo estar expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
Palabra de Dios.
ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO Cfr Jn 17, 17
R/. Aleluya, aleluya.
Tu palabra, Señor, es la verdad; santifícanos en la verdad. R/.
EVANGELIO
El Hijo del hombre también es dueño del sábado.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 2, 23-3, 6
Un sábado, Jesús iba caminando entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le preguntaron: “¿Por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado?”.
Él les respondió: “¿No han leído acaso lo que hizo David una vez que tuvo necesidad y padecían hambre él y sus compañeros? Entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes sagrados, que sólo podían comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”. Luego añadió Jesús: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre también es dueño del sábado”.
Entró Jesús en la sinagoga, donde había un hombre que tenía tullida una mano. Los fariseos estaban espiando a Jesús para ver si curaba en sábado y poderlo acusar. Jesús le dijo al tullido: “Levántate y ponte allí en medio”. Después les preguntó: “¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?”. Ellos se quedaron callados. Entonces, mirándolos con ira y con tristeza, porque no querían entender, le dijo al hombre: “Extiende tu mano”. La extendió, y su mano quedó sana.
Entonces salieron los fariseos y comenzaron a hacer planes con los del partido de Herodes para matar a Jesús.
Palabra del Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Llenos de confianza en tu bondad, acudimos, Señor, ante tu santo altar trayéndote nuestros dones, a fin de que, purificados por tu gracia, quedemos limpios por los mismos misterios que celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Sal 16, 6
Te invoco, Dios mío, porque tú me respondes; inclina tu oído y escucha mis palabras.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dirige, señor, con tu Espíritu, a quienes nutres con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, para que, dando testimonio de ti, no sólo de palabra, sino con las obras y de verdad merezcamos entrar en el reino de los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
Señor del Sábado (Mc 2, 23 – 3, 6)
Evangelio
Los panes de la proposición eran doce panes que se colocaban cada semana en la mesa del santuario, como homenaje de las doce tribus de Israel al Señor (cfr Lev 24, 5-9). Los panes reemplazados quedaban reservados para los sacerdotes que atendían el culto.
La conducta de Abiatar anticipó la doctrina que Cristo enseña en este pasaje. Ya en el Antiguo Testamento Dios había establecido un orden en los preceptos de la Ley, de modo que los de menor rango ceden ante los principales.
A la luz de esto se explica que un precepto ceremonial (como el que comentamos) cediese ante un precepto de ley natural. Igualmente, el precepto del sábado no está por encima de las necesidades elementales de subsistencia.
Finalmente, en este pasaje Cristo enseña cuál era el sentido de la institución divina del sábado: Dios lo había instituido en bien del hombre, para que pudiera descansar y dedicarse con paz y alegría al culto divino. La interpretación de los fariseos había convertido este día en ocasión de angustia y preocupación a causa de la multitud de prescripciones y prohibiciones.
Al proclamarse «señor del sábado», Jesús afirma su divinidad y su poder universal. Por esta razón, puede establecer otras leyes, igual que Yahwéh en el Antiguo Testamento.
El sábado había sido hecho no sólo para que el hombre descansara, sino para que diera gloria a Dios: éste es el auténtico sentido de la expresión «el sábado fue hecho para el hombre». Jesús bien puede llamarse señor del sábado, porque es Dios. El Señor restituye al descanso semanal toda su fuerza religiosa: no se trata del mero cumplimiento de unos preceptos legales, ni de preocuparse sólo de un bienestar material: el sábado pertenece a Dios y es un modo, adaptado a la naturaleza humana, de rendir gloria y honor al Todopoderoso. La Iglesia, desde el tiempo de los Apóstoles, trasladó la observancia de este precepto al día siguiente, domingo —día del Señor—, para celebrar la Resurrección de Cristo (Act 20, 7).
«Hijo del Hombre»: El origen de la significación mesiánica de la expresión «Hijo del Hombre» aparece sobre todo en la profecía de Daniel 7, 13 ss., quien contempla en visión profética que sobre las nubes del cielo desciende un «como Hijo de Hombre», que avanza hasta el tribunal de Dios y recibe el Señorío, la gloria y el imperio sobre todos los pueblos y naciones. Esta expresión fue preferida por Jesús (69 veces aparece en los Evangelios Sinópticos) a otras denominaciones mesiánicas, como Hijo de David, Mesías, etc., para evitar, al mismo tiempo, la carga nacionalista que los otros títulos tenían entonces en la mente de los judíos.
Los evangelistas nos hablan varias veces de la mirada de Jesús (p. ej. al joven rico: Mc 10, 21; a San Pedro: Lc 22, 61; etc.). Esta es la única vez en que se alude a la indignación en la mirada de Nuestro Señor, provocada por la hipocresía que se ha señalado en el v. 2.
Mientras que los fariseos eran los dirigentes espirituales del judaísmo, los herodianos eran partidarios del régimen de Herodes, con el cual habían medrado política o económicamente. Unos y otros estaban' enfrentados y no se trataban, pero juntos van a hacer causa común contra Jesús. Los fariseos intentan hacerlo desaparecer porque lo consideran como un peligroso innovador. La ocasión más inmediata pudo ser que había perdonado los pecados (Me 2, 1 ss.) e interpretado con toda autoridad el precepto del sábado (Me 3, 2); quieren también acabar con Jesús porque estiman que El, con su proceder, los había desprestigiado al curar al hombre que tenía la mano seca.
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COMENTARIO A LA BIBLIA LITÚRGICA (www.deiverbum.org)
Los milagros de Jesús y la superación del sábado
Los dos relatos, que preferimos comentar unidos para ofrecer una visión más clara del problema, se refieren a la actitud que Jesús ha tomado frente al sábado. Por los textos contemporáneos sabemos que la vieja norma ritual y humanitaria de la observancia sabática se había convertido en tiempo de Jesús en ley suprema y absoluta. El cumplimiento del reposo sabático, obligatorio para el mismo Dios, se interpretaba como una de las expresiones supremas de la religiosidad israelita. Jesús, que ha desvelado la verdad de Dios por encima de los ritualismos ambientales, proclamando que la meta de la actividad religiosa se encuentra en la salvación del hombre, ha tenido que enfrentarse con los que absolutizaban el sábado. Ese enfrentamiento se ha reflejado en nuestros textos, en los milagros realizados en sábado y en las disputas subsiguientes.
Jesús sabe que el sábado ha sido instituido para el hombre y no al contrario (Mc 2, 27). Por eso parece haber curado en sábado, sin tener una necesidad apremiante de hacerlo (podría haber pospuesto la curación para otro día). Ha curado a pesar de que con ello ha suscitado la violenta oposición del orden religioso establecido (fariseos). Veamos el sentido de su actitud, tratando primero de los milagros y después de sus relaciones con el sábado.
a) Los milagros de Jesús han sido una expresión de la llegada del reino hacia los hombres. En ellos se trasluce la vida y libertad de Dios, que está irrumpiendo. Por eso no se debe absolutizar la realidad externa del milagro; hechos parecidos se contaban de rabinos y santones helenistas de aquel tiempo. Lo propio de Jesús es lo siguiente: a) interpreta los milagros como signo del reino que se acerca; b) los sitúa en relación con su mensaje y su persona (es decir, con el sentido de su pascua).
La Iglesia ha comprendido desde el principio que el verdadero milagro, Dios, se ha realizado en el destino de Jesús y de manera especial en su resurrección. En ella se compendian todos los prodigios que el judaísmo apocalíptico del tiempo aguardaba para el fin del mundo. La tradición evangélica sabe que los judíos han pedido a Jesús que realice signos (Lc 11, 16 y par; 11, 29; 11, 54- 56 y par). Pablo recuerda también esa actitud (1 Cor 1, 22 ss.). Se esperan los prodigios finales, en los que Dios, cambiando el ritmo de la naturaleza y aniquilando a los enemigos de Israel, hará que surja el reino.
Jesús no ha realizado los signos que le piden ni demuestra su mesianidad por los milagros. Por eso rechaza de manera abierta los prodigios típicos que buscaba el judaísmo del tiempo y que en la tradición evangélica aparecen como tentaciones diabólicas (Lc 4, 1 ss.).
Junto a esto debemos añadir que Jesús ha hecho milagros. Los realiza para mostrar la grandeza del amor de Dios que cura y para indicar la verdad y el valor del reino que se acerca. Nunca aparecen como medio de castigo ni se emplean para imponer a nadie una exigencia. Mateo ha interpretado muy bien este sentido de los milagros al presentarlos como señales del Siervo de Yahveh, que carga con la enfermedad y la miseria de su pueblo (Mt 8, 17). Por eso, el signo máximo, el verdadero signo de Jesús ha sido la muerte-resurrección, que se interpreta como una continuación de la figura de Jonás (Lc 11, 29-32).
El sentido más profundo de los milagros de Jesús se ha desvelado, por lo tanto, partiendo de la pascua. Si la resurrección es la victoria definitiva de Dios sobre la muerte, el mundo y el pecado, cada uno de los milagros de Jesús aparece como una anticipación de esa victoria, como una realización parcial de su misterio. Cada milagro en concreto va mostrando que Jesús es portador de vida y de esperanza: triunfa sobre la enfermedad del mundo, los poderes de Satán, la furia de un cosmos que se expresa de forma maléfica.
b) Pues bien, unido a los milagros aparece el tema del sábado. La disputa sobre la observancia sabática se ha mantenido en dos planos diferentes: pertenece, por un lado, a la historia de Jesús, que en ese día ha curado a los enfermos y ayudado a los pobres y oprimidos; pertenece, por el otro, a la experiencia de la iglesia primitiva que, siguiendo el ejemplo de Jesús, ha dejado de considerar la observancia sabática como una exigencia primitiva y absoluta.
Con esto no se trata de negar sencillamente la validez y el sentido de un día consagrado a la alabanza y al descanso. Jesús no ha destruido el sábado, sino que ha superado su unilateralidad y ha plenificado su verdadero sentido. Veamos.
Jesús ha superado el sábado a partir de sus milagros. El cumplimiento sabático (entendido como descanso riguroso y obligado) se encontraba en un plano preparatorio; disponía a los hombres para que se encontraran atentos a la voz del Dios que viene. Los milagros, en cambio, reflejan la salvación ya realizada; por eso se puede curar a un hombre en sábado, ofrecerle la esperanza definitiva, ponerle en contacto con la realidad del don de Dios que llega. El sábado (y todo el ritualismo judío) deja de ser la última palabra, porque el reino está llegando y en el reino se concentra el misterio de Dios para los hombres. Tal es el contenido fundamental del segundo de los textos que comentamos (6, 6-11).
En la palabra y el don de Jesús se encuentra la plenitud del sábado. Desde aquí se comprende la afirmación fundamental con la que concluye el primer texto: «El Hijo del Hombre es Señor del sábado» (6, 5). El Hijo del Hombre ha dejado de ser la figura trascendente que, según la apocalíptica judía, vendrá en el fin del tiempo; tampoco puede interpretarse como el siervo que camina hacia la muerte. El Hijo del Hombre, que concentra el sentido de Jesús, es desde ahora el Señor que dispone de poder sobre el mismo ritualismo de Israel. Lo que importa no es, por tanto, la fidelidad del sábado, sino el seguimiento del Hijo del Hombre, que ofrece para todos el camino salvador definitivo.
Las observaciones precedentes se pueden actualizar y concretar de la siguiente forma: a) en el principio hay un dato cristológico: la revelación definitiva de Dios no se identifica con ninguna ley ceremonial ni ritualista; Dios no se encuentra allí donde los hombres mantienen hasta el fin un orden sacro que viene a reflejar en prácticas de tipo social o religioso. La revelación definitiva de Dios es la persona de Jesús y el reino que proclama sobre el mundo (cfr 6, 5). b) Este principio se traduce en una consecuencia vs orden práctico: el cumplimiento del bien (la ayuda al necesitado) está por encima de todas las normas, aun de aquéllas que puedan emanar del cristianismo (cfr 6, 9).
c) Frente al viejo sábado de Israel pueden existir en la actualidad determinadas prácticas sociales que parecen intocables, aunque puedan ir en contra de las necesidades e intereses verdaderos de los hombres (sobre todo de los necesitados). Será quehacer de la iglesia el descubrir la debilidad de esas prácticas, destruyendo su obligatoriedad o su exigencia, si es que así se ayuda al hombre. De esta forma volverá a ser actual y eficiente la vieja disputa de Jesús sobre el sábado.
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TRADICIÓN (www.deiverbum.org)
San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Sábado perpetuo
Comentario sobre el libro del Génesis.
«Guardarás el sábado como recuerdo, como un día sagrado» (cf Ex 20, 8).
Ahora que estamos en el tiempo de la gracia que nos ha sido revelada, la observancia del sábado, antiguamente simbolizada por el reposo de un solo día, ha sido abolida para los fieles. En efecto, en este tiempo de gracia, el cristiano observa un sábado perpetuo si hace todas las obras buenas con la esperanza del reposo futuro y no se gloría de sus obras como si fueran un bien propio y no un don recibido.
Así, recibiendo y comprendiendo el sacramento del bautismo como un sábado, es decir, como el reposo del Señor en el sepulcro (cf Rm 6, 4) el cristiano reposa de sus obras antiguas para caminar, desde ahora en una vida nueva, reconociendo que Dios obra en él. Dios es quien, a la vez, actúa y reposa, reconociendo a su criatura la actividad que le es propia y también el gozo de un reposo perenne en Dios.
Dios ni se cansó al crear el mundo, ni ha recobrado sus fuerzas después de la creación, sino que ha querido invitarnos con estas palabras de la Escritura: “Dios descansó el día séptimo…” (Gen 2, 2) a desear su reposo dándonos el precepto de santificar este día. (cf Ex 20, 8)
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San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia
Es el mal el que no debe trabajar.
Comentario al evangelio de Lucas, V, 39.
«Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho».
La mano que Adán había alargado para coger el fruto del árbol prohibido, el Señor la impregnó de la savia saludable de las buenas obras, a fin de que, secada por la falta, fuera curada por las buenas obras. En esta ocasión Jesús acusa a sus adversarios que, con su falsas interpretaciones, violaban los preceptos de la Ley; ellos defendían que en día de sábado era preciso no hacer ni tan sólo buenas obras, siendo así que la Ley, que prefiguraba en el presente lo que debía ser en el futuro, dice, ciertamente, que es el mal el que no debe trabajar, pero no el bien…
Has oído las palabras del Señor: «Extiende el brazo». Este es el remedio para todos. Y tú que crees tener sana la mano, vigila la avaricia, vigila que el sacrilegio no la paralice. Extiéndela a menudo: extiéndela hacia el pobre que te suplica, extiéndela para ayudar al prójimo, para socorrer a la viuda, para arrancar de la injusticia al que ves sometido a una vejación inmerecida; extiéndela hacia Dios por tus pecados. Es de esta manera que se extiende la mano; es de esta manera que sana.
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San Atanasio, obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia
Obras: Una curación el sábado: señal de la consumación de la creación.
Contra los paganos: SC 18, 190.
«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?» (Lc 6, 9).
Este mundo es bueno, tal como está hecho y tal como le vemos, porque Dios lo quiere así. Nadie tiene duda de ello. Si la creación fuera desordenada, si el universo evolucionara por azar, uno podría poner en duda esta afirmación. Pero como el mundo ha sido hecho con sabiduría y ciencia, de manera razonable, ya que está ataviado de toda belleza, no puede ser otro el que lo preside y lo organizó que la Palabra de Dios, su Verbo…
Siendo la Palabra buena por ser de Dios bueno, esta Palabra ha dispuesto el orden de todas las cosas, ha reunido los contrarios con los contrarios para formar una única armonía. Es ella “poder de Dios y sabiduría de Dios” (cf 1Cor 1, 24) que hace moverse el cielo y que suspende la tierra sin que repose en lugar alguno. (Hb 1, 3) El sol ilumina la tierra por la luz que recibe de la Palabra y la luna recibe su medida de esa luz. Por ella, el agua queda suspendida en las nubes, las lluvias riegan la tierra, el mar guarda sus límites, la tierra se cubre de plantas de toda especie (cf Sal 103)…
La razón por la que esta Palabra de Dios ha venido hasta las criaturas es realmente admirable… La naturaleza de les seres creados es pasajera, débil, mortal. Pero como Dios, por naturaleza, es bueno y magnífico y ama a los hombres…, viendo, pues, que la creación, por ella misma, se disuelve y se escurre, para evitarlo y para que el universo no vuelva a la nada…, Dios no la abandona a las fluctuaciones de su naturaleza. En su bondad, por su Palabra, Dios gobierna y mantiene toda la creación… Por eso, no corre la suerte de la aniquilación que sería la suya si la Palabra no la guardara. “Cristo es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda criatura. En él fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, las visibles y las invisibles: tronos, dominaciones, principados, potestades, todo lo ha creado Dios por él y para él…Él es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia.”
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San Macario de Egipto, monje
Homilía: El verdadero y santo sábado
Homilía 35 (atribuida)
«El Hijo del hombre es señor del sábado» (Mt 12, 8)
En la ley, dada por Moisés… que no era más que una sombra, Dios ordenaba a todos el reposo y no efectuar ningún trabajo en sábado. Pero este sábado no era más que una imagen y una sombra (He 8, 5) del auténtico sábado que concede el Señor al alma. En efecto, el alma que ha sido hallada digna del auténtico sábado deja de entregarse a sus preocupaciones vergonzosas y feas y descansa. Celebra el verdadero sábado y goza del auténtico reposo, liberada de todas las obras de las tinieblas… Saborea el reposo eterno y el gozo del Señor.
Antiguamente estaba prescrito que incluso los animales, privados de razón tenían que reposar el día del sábado. El buey no tenía que llevar el yugo ni el asno cargarse con peso, porque incluso los animales debían de reposar de sus trabajos pesados. Viviendo entre nosotros, el Señor nos trajo el reposo del alma que estaba oprimida bajo el peso del pecado y que realizaba obras de injusticia por causa del pecado, sometida a amos crueles. El Señor la descargó del peso insoportable de las ideas vanas y viles, la libera del yugo amargo de las obras de injusticia y le concede el reposo.
En efecto, el Señor llama al hombre al descanso diciéndole: «venid todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Y todas las almas que confían en él y se le acercan… celebran un sábado verdadero, delicioso y santo, una fiesta del Espíritu, con un gozo y una alegría indecibles. Le devuelven a Dios un culto puro que le gusta, procediendo de un corazón puro. Este es el verdadero y santo sábado.
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Elredo de Rielvaux, monje
Escritos: Los dos sábados
El Espejo de la caridad, III, 3, 4
Observar el sábado
En un principio debemos usar nuestras energías practicando buenas obras para, seguidamente, reposar en la paz de nuestra conciencia… Es la celebración gozosa de un primer sábado en el que reposamos de las obras serviles del mundo… y en el que ya no transportamos el peso de las pasiones.
Pero se puede abandonar la celda íntima donde se celebra este primer sábado y reencontrar la posada del corazón, allí donde hay costumbre de «alegrarse con los que gozan, llorar con los que lloran (Rm 12, 15), «ser débil con los débiles, arder con los que se escandalizan» (2Cor 11, 29). Allí el alma se sentirá unida a la de todos los hermanos por el cemento de la caridad; allí no se es turbado por el aguijón de la envidia, quemado por el fuego de la cólera, herido por las flechas de la sospecha; allí se nos libera de las mordeduras devoradoras de la tristeza.
Si se atrae a todos los hombres en el jirón pacificado de su espíritu, donde todos se sienten abrazados, ardientes por un dulce afecto y donde no forma con ellos más que «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32), entonces, saboreando esta maravillosa dulzura, enseguida el tumulto de las codicias se acalla, el alboroto de las pasiones se pacifica, y en el interior se produce un total desprendimiento de todas las cosas nocivas, un reposo gozoso y pacífico en la dulzura del amor fraterno. En la quietud de este segundo sábado, la caridad fraterna no deja ya que subsista ningún vicio… Impregnado de la pacífica dulzura de este sábado, David estalló en un cántico de júbilo: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 132, 1).
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Epístola de Bernabé: Un nuevo templo
«Aquí hay uno que es mayor que el Templo» (Mt 12, 6)
Pasando a otro punto, también acerca del sábado, les dice: “Vuestros novilunios y vuestros sábados no los aguanto”. (Is 1, 13). Mirad cómo dice: No me son aceptos vuestros sábados de ahora, sino el que yo he hecho, aquél en que, haciendo descansar todas las cosas, haré el principio de un día octavo, es decir, el principio de otro mundo. Por eso justamente nosotros celebramos también el día octavo con regocijo, por ser día en que Jesús resucitó de entre los muertos y, después de manifestado, subió a los cielos. Quiero también hablaros acerca del templo, cómo extraviados los miserables confiaron en el edificio y no en su Dios que los creo, … Examinemos si existe un templo de Dios: Existe, ciertamente, allí donde Él mismo dice que lo ha de hacer y perfeccionar. Está, efectivamente, escrito: Y será, cumplida la semana, que se edificará el templo de Dios gloriosamente en el nombre del Señor.
Constato, pues, que existe un templo. ¿Cómo se edificará en el nombre del Señor? Aprendedlo. Antes de creer nosotros en Dios, la morada de nuestro corazón era corruptible y flaca, como templo verdaderamente edificado a mano, pues estaba llena de idolatría y era casa de demonios, porque no hacíamos sino cuanto era contrario a Dios. Mas se edificará en el nombre del Señor. Atended a que el templo del Señor se edifique gloriosamente. ¿De qué manera? Aprendedlo. Después de recibido el perdón de los pecados, y por nuestra esperanza en el Nombre, fuimos hechos nuevos, creados otra vez desde el principio. Por lo cual, Dios habita verdaderamente en nosotros, en la morada de nuestro corazón.
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Orígenes, presbítero
Homilía: Dios trabaja siempre en este mundo
Hom. sobre el Libro de los Números, n. 23: SC 29
«El Hijo del hombre es dueño del sábado» (Mt 8, 12)
No vemos que las palabras del Génesis: «el sábado Dios descansó de sus obras» se hayan cumplido en este séptimo día de la creación, ni tampoco se cumplan hoy. Vemos a Dios trabajando siempre. No hay sábado en el que Dios deje de trabajar, ningún día en el que «no salga su sol sobre buenos y malos y caiga la lluvia sobre justos e injustos», donde «no crezca la hierba sobre las montañas y las plantas estén al servicio de los hombres»…, donde no haga «nacer y morir».
Así, el Señor responde a los que lo acusaban de trabajar y de curar en sábado: «mi Padre está trabajando ahora, y yo también trabajo» Mostraba así que, en este mundo, no hay sábado en que Dios deje de velar por el mundo y por el destino del género humano… En su sabiduría creadora no deja de ejercer sobre sus criaturas su providencia y su benevolencia «hasta el fin del mundo». Pues el verdadero sábado donde Dios descansará de todos sus trabajos, será el mundo futuro, cuando «dolor, tristeza y gemidos desaparecerán”, y Dios lo será «todo en todos».
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DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
El Día del Señor
345. El Sabbat, culminación de la obra de los “seis días”. El texto sagrado dice que “Dios concluyó en el séptimo día la obra que había hecho” y que así “el cielo y la tierra fueron acabados”; Dios, en el séptimo día, “descansó”, santificó y bendijo este día (Gn 2, 13). Estas palabras inspiradas son ricas en enseñanzas salvíficas:
346. En la creación Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen estables (cf Hb 4, 34), en los cuales el creyente podrá apoyarse con confianza, y que son para él el signo y garantía de la fidelidad inquebrantable de la Alianza de Dios (cf Jr 31, 3537, 33, 1926). Por su parte el hombre deberá permanecer fiel a este fundamento y respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la creación.
347. La creación está hecha con miras al Sabbat y, por tanto, al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación (cf Gn 1, 14). “Operi Dei nihil praeponatur” (“Nada se anteponga a la dedicación a Dios”), dice la regla de S. Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones humanas.
348. El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de Dios, expresadas en su obra de creación.
349. El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera (cf MR, vigilia pascual 24, oración después de la primera lectura).
582. Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido “pedagógico” (cf. Ga 3, 24) por medio de una interpretación divina: “Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro ... -así declaraba puros todos los alimentos- ... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no recibían su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt 2, 25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.
I. EL DIA DEL SABADO
2168. El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado: “El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor” (Ex 31, 15).
2169. La Escritura hace a este propósito memoria de la creación: “Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado” (Ex 20, 11).
2170. La Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto: “Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado” (Dt 5, 15).
2171. Dios confió a Israel el Sábado para que lo guardara como signo de la alianza inquebrantable (cf Ex 31, 16). El Sábado es para el Señor, santamente reservado a la alabanza de Dios, de su obra de creación y de sus acciones salvíficas en favor de Israel.
2172. El obrar de Dios es el modelo del obrar humano. Si Dios “tomó respiro” el día séptimo (Ex 31, 17), también el hombre debe “holgar” y hacer que los otros, sobre todo los pobres, “recobren aliento” (Ex 23, 12). El Sábado interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero (cf Ne 13, 15-22; 2 Cro 36, 21).
2173. El evangelio relata numerosos incidentes en que Jesús es acusado de quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús nunca falta a la santidad de este día (cf Mc 1, 21; Jn 9, 16). Da con autoridad la interpretación auténtica de la misma: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27). Con compasión, Cristo proclama que “es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla” (Mc 3, 4). El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios (cf Mt 12, 5; Jn 7, 23). “El Hijo del hombre es señor del sábado” (Mc 2, 28).
Vivir y morir en Cristo
1005. Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario “dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor” (2 Co 5, 8). En esta “partida” (Flp 1, 23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. SPF 28).
La muerte
1006. “Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre” (GS 18). En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es “salario del pecado” (Rm 6, 23; cf. Gn 2, 17). Y para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor para poder participar también en su Resurrección (cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11).
1007. La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también para hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida:
Acuérdate de tu Creador en tus días mozos, ... mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo 12, 1. 7).
1008. La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf. Gn 2, 17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6, 23) y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). “La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado” (GS 18), es así “el último enemigo” del hombre que debe ser vencido (cf. 1 Co 15, 26).
1009. La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).
El sentido de la muerte cristiana
1010. Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1, 21). “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él” (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente “muerto con Cristo”, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este “morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor:
Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima ...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre (San Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2).
1011. En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: “Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):
Mi deseo terreno ha desaparecido; ... hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí “Ven al Padre” (San Ignacio de Antioquía, Rom. 7, 2).
Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir (Santa Teresa de Jesús, vida 1).
Yo no muero, entro en la vida (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
1012. La visión cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia:
La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo (MR, Prefacio de difuntos).
1013. La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin “el único curso de nuestra vida terrena” (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez” (Hb 9, 27). No hay “reencarnación” después de la muerte.
1014. La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte (“De la muerte repentina e imprevista, líbranos, Señor”: antiguas Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte” (Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono de la buena muerte:
Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana? (Imitación de Cristo 1, 23, 1).
Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
(San Francisco de Asís, cant.)
1470. En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5, 11; Ga 5, 19-21; Ap 22, 15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida “y no incurre en juicio” (Jn 5, 24)
I. LA ULTIMA PASCUA DEL CRISTIANO
1681. El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio pascual de la muerte y de la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús “sale de este cuerpo para vivir con el Señor” (2 Co 5, 8).
1682. El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida sacramental, la plenitud de su nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la “semejanza” definitiva a “imagen del Hijo”, conferida por la Unción del Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino anticipado en la Eucaristía, aunque pueda todavía necesitar últimas purificaciones para revestirse de la túnica nupcial.
1683. La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo “en las manos del Padre”. La Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al hijo de su gracia, y deposita en la tierra, con esperanza, el germen del cuerpo que resucitará en la gloria (cf 1 Co 15, 42-44). Esta ofrenda es plenamente celebrada en el Sacrificio eucarístico; las bendiciones que preceden y que siguen son sacramentales.
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RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
El sábado es para el hombre
El tema del descanso sabático está hoy en el centro de la liturgia de la Palabra. Del mismo modo que para la cuestión del ayuno, aquí el Evangelio encuadra la enseñanza de Cristo en la circunstancia que la provocó:
«Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: "Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?"».
Jesús responde citando el ejemplo del rey David, que en un caso de necesidad infringió un precepto de la ley para sobrevivir; y concluye:
«El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado».
Parece que la idea de un día de reposo después de seis días laborables sea una «invención» original de Israel sin claros precedentes y analogías en otras culturas. Es a la Biblia, por lo tanto, a la que debemos la partición del tiempo, hoy llegado a ser universal, en unidades de siete días, de las que el último (respectivamente, el primero) está reservado al reposo y a la fiesta. Esta estructura vale hoy para los hebreos, para los cristianos y para los musulmanes, igualmente aunque varía el día considerado de fiesta: para los musulmanes es el viernes, para los hebreos el sábado, para los cristianos el domingo.
La fisonomía definitiva del sábado hebreo se había ido formando lentamente. En la fase más antigua estaba motivada por el reposo de Dios en el séptimo día de la creación (cfr. Génesis 2, 2-3; Éxodo 21, 11). En los textos sucesivos, como el de la primera lectura de hoy, el mandamiento de santificar el sábado se fundamenta en el recuerdo de la liberación de Egipto y en una consideración de humanidad hacia los esclavos y las bestias sobre los que recaía entonces el trabajo más pesado.
Durante mucho tiempo, «santificar el sábado» consistía sólo en abstenerse del trabajo. Es a partir del retorno del exilio cuando esta santificación comporta siempre más actos de culto (sacrificios, asambleas) hasta llegar a ser el día ordinario, en el que en la sinagoga se leía la Escritura, se hacían plegarias y se ofrecía la enseñanza sobre la Ley. Viene a ser un poco lo que constituye la normal actividad de una parroquia cristiana, que, por lo demás, se origina con este modelo.
Jesús se conformó, igualmente en este punto, a los usos de su pueblo. Su primera salida pública tiene lugar en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, en donde lee y comenta la Escritura del día aplicándola a sí mismo. Lo vemos frecuentemente enseñar en la sinagoga en el contexto de la reunión del sábado. Así harán también los Apóstoles después de su muerte y así continuará haciéndolo durante un cierto tiempo la Iglesia.
Entonces, ¿cómo existe el repetido contraste sobre este punto entre Jesús y los escribas y los fariseos? Volvemos a encontrar aún aquí aquel planteamiento del «sí, pero», que hemos subrayado a propósito del ayuno. Jesús no critica la institución del sábado, sino el modo con que viene vivida en su tiempo. Tal precepto, como muchos otros, estaba recargado de una casuística complicadísima, que, por lo demás, se ha mantenido hasta hoy. Quien ha estado en Israel sabe bien, por ejemplo, que en los hoteles o albergues están predispuestos los ascensores para que el sábado vayan continuamente hacia arriba y hacia abajo parándose ellos solos en todas las plantas, puesto que apretar el botón o pulsador para llamarlos sería considerado por los hebreos ortodoxos como una violación del sábado. En suma, se había confirmado, también para el sábado, aquel procedimiento de rigidez y de fosilización, que llevaba tan frecuentemente a equivocar la finalidad originaria de un precepto para cuidar sólo las formas externas; incluso, si es necesario, procurando no generalizar. (Todavía en el seno del mundo hebreo se ha desarrollado, especialmente en época posterior y durante la diáspora, una concepción altamente espiritual y mística del sábado como día en que se renueva el esponsalicio y la alianza entre Dios y su pueblo).
Según Freud, el tótem y el tabú (esto es, una visión mágica de las relaciones con la divinidad, basada en objetos particulares o en prohibiciones sagradas) son las formas primitivas de las religiones, de las que se desarrollan, a continuación, las formas más espiritualizadas. Pero, frecuentemente, al menos en la Biblia, el proceso parece tener lugar también en sentido contrario: son las concepciones espirituales a debilitarse en el tiempo y llegan a ser el tótem y los tabúes, esto es, la «letra», la que toma el puesto al espíritu (mira la aclamación al Evangelio).
En este sentido, la obra de Cristo, igualmente respecto al sábado, toma el carácter de una liberación; es un reportar la religiosidad hebrea a sus genuinas raíces, simples, santas y, al mismo tiempo, humanísimas. «Al principio no era así» (cfr. Mateo 19, 4ss.), se dice a propósito de la casuística sobre el divorcio. Desde esta iluminación viene leída la palabra: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado».
De igual forma, los profetas a veces habían actuado en este sentido; pero, Jesús lo hace con un título distinto, el de ser «señor del sábado», que ningún profeta habría osado nunca ni siquiera reivindicar para sí. Él participa de la misma autoridad del que ha creado el mandamiento del sábado. Afirmación de inmenso contenido acerca de la persona de Jesús, como cuando dice que el Hijo del hombre tiene el poder en la tierra de perdonar los pecados. Marcos, en su Evangelio, se complace en clarificar de este modo indirecto, pero eficacísimo, la autoridad y la naturaleza divina de Cristo.
Pero, ya es hora de que vengamos más directamente a nosotros. Todo este sermón de los Evangelios sobre Jesús y el sábado no representa sólo una discusión histórica del pasado o que se deba tener en cuenta, como máximo, sólo para el diálogo con el hebraísmo. Al contrario, reviste para nosotros un significado actualísimo. Se sabe que el precepto judaico del sábado se transformó lentamente en el precepto cristiano del Domingo. Al recuerdo de la semana de la creación se sobrepuso el de la semana redentora; al recuerdo de la liberación de Egipto, el de la liberación pascual, inaugurada por la resurrección de Cristo. Para san Ignacio de Antioquía, al inicio del siglo segundo, los cristianos son los que «viven según el Domingo», distinguiéndose así de los judíos que más bien «sabatizan». En algunos lugares y durante un cierto tiempo, los dos días festivos convivieron juntos y los cristianos celebraban uno y otro (una solución, que se vuelve a presentar hoy en día después de que la semana corta ha hecho de nuevo, del sábado, un día de reposo para el trabajo).
En los primeros tres siglos, durante las persecuciones, el Domingo fue para los cristianos un día de reunión y de culto; pero, no de reposo. Es más, el mismo culto se desarrollaba a escondidas durante la mañana antes del canto del gallo, para huir de los arrestos y poder después ir con los demás a las normales actividades del día. Fue sólo con Constantino, en el siglo IV, cuando el Domingo cristiano fue declarado por el estado día festivo y asumió, igualmente, el carácter de día de reposo, sustituyendo completamente ya al sábado judaico. Es a él al que la Iglesia se refiere de ahora en adelante en el mandamiento: «Recuerda santificar las fiestas» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2188).
El pensamiento de Cristo sobre el sábado no es útil, por lo tanto, para vivir bien nuestro día festivo, que es el Domingo. Juan Pablo n ha escrito una carta apostólica sobre la santificación del Domingo, titulada Dies Domini, en la que traza la historia del paso del sábado hebreo al Domingo cristiano y aclara la permanente actualidad de esta institución.
Como en el caso del ayuno, nos debemos preguntar: ¿del planteamiento de Cristo qué es más necesario acentuar hoy el «sí» o el «pero»? De los dos elementos constitutivos del día festivo, la abstención del trabajo y el culto a Dios, ¿cuál es más urgente llamar la atención?
Hemos visto que el Domingo cristiano, contrariamente al sábado hebreo, fue primeramente un día de culto y sólo posteriormente un día de reposo. Los autores de los primeros siglos, por ejemplo, Justino mártir, nos describen con satisfacción las reuniones de alegría y de fervor de los cristianos «en el día del sol». Los creyentes, a veces, durante las persecuciones desafiaban a la muerte por participar en la asamblea eucarística dominical. Una mártir africana defendía su obligación ante los jueces diciendo: «Nosotros no podemos estar sin la cena del Señor» (en PL 8, 707ss.).
La organización actual del trabajo hace necesarios, a veces, los turnos, también, en el Domingo; cada vez más se propagan las actividades culturales y los tipos de trabajo, que se pueden hacer en casa, y a los que no es fácil aplicar las normas tradicionales sobre trabajos consentidos y no consentidos en el Domingo. Se arriesga llegar a penalizar precisamente el trabajo agrícola, que es quizás el que tiene más razones para hacer excepciones. Sin contar con que hoy disponemos también del sábado como día de reposo del trabajo profesional.
La situación ha cambiado mucho respecto al tiempo de Jesús. Hoy el ídolo ya no es para nosotros más el reposo festivo sino el entretenimiento y la diversión. Es éste, más aún que el trabajo, el enemigo del día del Señor. El sábado se reduce para muchos a la «discoteca» y el Domingo al «estadio o campo de fútbol». Sería necesario volver a descubrir el sentido de la palabra de Cristo: «El Hijo del hombre también es señor del sábado» para no dejar que «señores del sábado» sean hoy los magnates de las discotecas, que gestionan, libres de prejuicios, este tiempo de la semana ignorando el grito de tantos padres y, frecuentemente también, de las leyes del estado.
No quiero, con esto, decir que el precepto del reposo festivo no sea importantísimo igualmente para nosotros; pero, esto se presenta hoy de un modo ciertamente distinto que en épocas pasadas. Lo que debemos inculcar, sobre todo, con el ejemplo de Jesús, es la santificación del día festivo mediante la escucha de la palabra de Dios, la participación en el culto de la comunidad y las obras de bien. A mucho caminar, ¿qué llega a ser la vida de fe sin la cita semanal de la Misa? Se reduce inevitablemente a una ideología, a una genérica pertenencia que va alejándose siempre más. «Pero ¡la Misa resulta aburrida, la homilía es insoportable!» Esfuérzate también tú para mejorarla con tu participación activa y recuerda igualmente que cuando no encuentras en la iglesia la compañía y la predicación que deseas, encuentras siempre, si tienes fe, a un Jesús resucitado, que te ofrece la paz y te nutre con su palabra y su cuerpo, quizás en mayor medida precisamente por el sacrificio que haces y por la humildad que ejercitas, valorando además aquel poco que el sacerdote, como hombre, te sabe dar. ¡La Misa no es sólo el sacerdote, eres también tú!
Querer establecer rígidamente cuándo la ausencia o la no participación en la Misa dominical sea pecado mortal y cuándo no puede comportar el riesgo de hacemos caer en la casuística, combatida por Jesús. No es tanto sobre la obligación, por lo que se debiera poner empeño en inculcar la participación en la Misa dominical, cuanto sobre la necesidad, que tenemos de ella. No somos nosotros los que hacemos un regalo a Cristo y a la Iglesia yendo a Misa, sino que son Cristo y la Iglesia los que nos hacen un inmenso regalo a nosotros invitándonos al banquete eucarístico.
Junto al culto de Dios, el otro gran medio para santificar el día de fiesta es hacer el bien al prójimo. De esto nos habla la segunda parte del Evangelio de hoy con el episodio de Jesús, que cura en sábado a un hombre, que tiene la mano paralizada, aduciendo como motivo que no es transgredir el sábado «hacer el bien y salvar una vida».
Nosotros no estamos en disposición de poder curar a quien tiene la mano paralizada o seca; pero, quizás sí a quien tiene el corazón «seco»: quien está solo, abandonado, enfermo. Una visita, una invitación a casa, una telefonada, un servicio de voluntariado: son todos estos unos pequeños medios con los que nos «acordamos» de santificar la fiesta.
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PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
La caridad antes que la eficacia
«Dios es misericordioso, compasivo y bondadoso, es Padre providente, Creador de todo lo creado, visible e invisible.
Dios ha creado a los hombres para Él, por amor, y ha creado el mundo para los hombres, y no a los hombres para el mundo. El que es de Dios no pertenece al mundo, sino que se vale del mundo para perfeccionarse y poder llegar a Dios, viviendo con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo.
El que lucha por perfeccionarse para llegar a Dios cumple la ley de Dios. No una ley despiadada y rigurosa, sino la ley del amor, la ley que Jesucristo no vino a abolir, sino a darle plenitud, ley en la que se manifiesta la caridad, el respeto mutuo y la misericordia.
La ley del amor no se rige por los prejuicios del mundo, sino por el corazón de los hombres, sus conciencias e intenciones, porque la caridad siempre debe estar antes que la eficacia.
Jesucristo vino a enseñar que los hombres no han sido creados para la ley, sino que la ley ha sido creada para que los hombres sirvan al Rey. El Rey es Él. Él es el Amor.
Por tanto, la ley que rige a los hombres es el amor, que se expresa amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, sirviéndose unos a otros, a través de la caridad y la misericordia.
Acata tú la ley de Dios, obedeciendo los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, escuchando la voz del Papa, quien tiene la infalibilidad para hablar en nombre del Espíritu Santo.
No juzgues y no serás juzgado. Perdona y serás perdonado. Trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti, y obra la caridad sin prejuicios, considerando a los demás superiores que a ti mismo, anteponiendo siempre el amor a las personas, que el valor que el mundo le da a las cosas, viendo a Cristo en el otro, porque lo que haces con el prójimo lo haces con Cristo».
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PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
El sábado es para el hombre
Hoy, la liturgia nos hace leer los textos de la Biblia que hablan del día del reposo festivo: el sábado de los judíos y el domingo de los cristianos.
En la primera lectura, hemos escuchado cómo Dios mismo instituyó el sábado y reveló su significado. Al volver a leer hoy, en un clima y con una sensibilidad nuevos, este precepto del sábado, descubrimos con sorpresa que en sus orígenes no fue otra cosa que una especie de impuesto sobre el tiempo, establecido por Dios para los hombres: ¡Seis días para ustedes y para sus asuntos y un día para mí que soy su Dios! El hombre y su tiempo son siempre y enteramente de Dios; amar al Señor con todo el corazón y con todas las fuerzas significa amarlo en todo momento, no sólo el día del sábado.
Entonces, ¿por qué el sábado? Antes que nada, ¡para el hombre! Después de seis días de trabajo –¡y qué trabajo, en una época en la cual todo se confía a los músculos humanos!–, el cuerpo y el espíritu tienen necesidad de romper la espiral de la fatiga, el ritmo de la vida tiene necesidad de una pausa, de un descanso. Dios sabe que la codicia de la ganancia, o también sólo el celo excesivo por conseguir comida y vestido, pueden ser más fuertes que el cansancio y mantener al hombre clavado desordenadamente en su trabajo. Entonces, he aquí el sapientísimo precepto del reposo festivo a fin de que el hombre entienda que la vida vale más que el alimento y, el cuerpo, más que el vestido (cfr. Mt., 6, 25). Observar el día del sábado es, entonces, un culto dedicado a Dios, ya que constituye un deber hacia uno mismo, un administrar rectamente las propias fuerzas y la propia vida; como, en el plano sobrenatural, es voluntad de Dios que seamos santos (1 Tes. 4, 3), así, en el plano natural, es voluntad de Dios que seamos sanos.
¿Sólo ésta es la causa del sábado? ¿El sábado es un precepto exclusivamente “laico”? ¡No! Entre las líneas del texto sagrado, descubrimos otra causa además de la del descanso: santificar el sábado significa reservarlo a Dios, reservarlo a su culto a fin de que él entre en lo vivo de la vida social y comunitaria, no sólo en la privada e individual del hombre: Durante seis días se trabajará, pero el sexto será un día de reposo, de asamblea litúrgica, en el que ustedes no harán ningún trabajo. Será un sábado consagrado al Señor, cualquiera sea el lugar donde habiten (Lev, 23, 3). El sábado es el día en el cual nos encontramos, nos reunimos en “asamblea litúrgica” para demostrar que pertenecemos a Dios en calidad de pueblo suyo y de santa asamblea suya. Tal asamblea semanal debe cumplir otro fin importante: mantener vivo el recuerdo de lo que Dios hizo por su pueblo: Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que Dios te hizo salir de allí con el poder de su mano y la fuerza de su brazo. Por eso, el Señor, tu Dios, te manda celebrar el día sábado (Deut. 5, 15). De ahí que, en cierto sentido, el sábado sea día de recuerdo, memorial de la propia elección.
Ahora pasamos del Antiguo al Nuevo Testamento, de la ley al Evangelio, y precisamente al Evangelio de hoy. La del sábado fue una de las batallas más duras y fatigosas que Jesús debió librar contra la presunción y la estupidez humanas; no podía mencionar el sábado sin que lo embistiera de inmediato un coro de voces escandalizadas: ¿Cómo, el que dice ser el Mesías descuida el precepto del reposo festivo? No te está permitido hacer eso en día de sábado (cf. Mt. 12, ssq.). Los judíos habían reducido el precepto divino del descanso sabático a algo muerto, y Jesús deseaba llevar a los hombres a descubrir en él la verdadera intención de Dios, deseaba reformar el sábado, y por eso proclama su derecho al sábado: el Hijo del hombre es dueño también del sábado (Mc. 2, 28).
Los judíos –o al menos sus maestros y doctores– habían olvidado justamente aquella causa primordial que vimos en la raíz del precepto divino: el sábado estaba instituido antes que nada “para el hombre” Y. por eso. no debía ser transformado en una trampa paralizante para el mismo hombre. ¿Debes ir a cierto lugar en un día de sábado? Si la distancia es de tantos pasos, puedes ir; si no es así. violas el precepto y cometes un pecado. ¿Sientes que el hambre te acucia? Si tienes comida preparada el día anterior, puedes comer; si debes conseguirla, tal vez desgranando algunas espigas del campo. no está permitido y es pecado (cfr. Mt. 12. 1 ssq.). Al aducir el ejemplo de David, que comió los panes santificados, Jesús intenta hacer comprender que el hombre y sus exigencias vitales no pueden ser sacrificados al precepto del sábado; no se puede hacer un fetiche del sábado: El sábado fue hecho para el hombre, no el hombre para el sábado. Gracias a esta gran palabra de Jesús. aparece un modo totalmente nuevo de concebir las relaciones entre Dios y el hombre: ¡el mismo discurso que está en la base de la oración nueva. Padre nuestro...! Si Dios es Padre, es un absurdo pensar que sacrifica al hombre por el descanso del hombre. El Padre. nos dijo Jesús. es aquél a quien se pue de importunar en cualquier momento. incluso de noche, cuando hay necesidad de pan y en la casa todos duermen. Por eso. Jesús dice: Mi Padre trabaja siempre (es decir, ¡incluso el sábado!) yo también trabajo (Jn. 5, 17).
En tiempos recientes, sobre aquella frase de Jesús (“el sábado es para el hombre”) se han hilvanado conclusiones incomprensibles acerca de la secularización en la Biblia y cosas semejantes. que seguramente eran ajenas a su pensamiento. Él no pretendía. con esa palabra, emancipar al hombre de lo sagrado o de Dios. si no. en todo caso. ligarlo a él con más profundidad. es decir. en el espíritu y en la verdad antes que en la letra.
Después de la resurrección de Cristo. el precepto del sábado sufrió una transformación. Todos los evangelistas destacan con insistencia significativa que Jesús resucitó “el primer día de la se mana” (Mt. 28. 1). Para los cristianos, ese día se convirtió enseguida en el más importante; en él se reunían para celebrar la Eucaristía (cfr. Hech. 20. 7); Juan nos presenta a los Once reunidos en el Cenáculo “ocho días después de la Pascua” –es decir, en el primer día de la semana– como el prototipo de tales asambleas (Jn.1 20. 26). Entre los creyentes de lengua griega. ese día fue llamado kytiake (de Kyrios = Señor), (Apoc. 1, 10), y entre los latinos, dominica (de Dominus = Señor), es decir, “día del Señor”. También fue llamado “día del sol”, no tanto porque coincidía con el día al que los paganos daban ese nombre. sino más bien porque recordaba la creación de la luz acaecida en el primer día (Gn. 1, 3), y especialmente porque recordaba el día en que el “sol de justicia”. Cristo Señor. regresó victorioso de entre los muertos. Los Padres de la Iglesia lo llamaban también “el octavo día” porque pensaban en el reposo eterno que se instaurará después de la fatigosa semana de esta vida. de lo cual es símbolo el domingo.
Las características de este día repiten las del antiguo sábado de la Biblia: es un día para el hombre, un día de fiesta que rompe el ritmo monótono de los trabajos y los días y permite una pausa para el alivio del cansancio; es un día para el Señor, des tinado a celebrar el recuerdo de sus maravillas.
Pero justamente aquí interviene la novedad cristiana. Para nosotros. este recuerdo tiene contenidos nuevos: la nueva creación y el nuevo éxodo realizados en la muerte-resurrección de Cristo. Cristo es el alma del domingo que. en el sentido más apropiado. constituye el “día del Señor”. es decir, el día de Jesucristo. El recuerdo de la resurrección predomina naturalmente en todos los demás. pero la Eucaristía que celebramos vincula este recuerdo con el de su muerte y se tiene así lo que los cristianos ortodoxos llamamos justamente la “pequeña Pascua” o Pascua semanal. El domingo realiza de manera más profunda que lo habitual el sentido de la Eucaristía, aquel de “anunciar la muerte del Señor, proclamar su resurrección en espera de su venida”. en espera de ese octavo día eterno y sin fatiga en el cual permaneceremos con el Señor para siempre (1 Tes. 4, 17).
Éste es el contenido rico y profundo del nuevo día del Señor que es el domingo. Sin embargo, también nosotros estamos expuestos. como los hebreos, al peligro de formalizar el precepto di vino. de materializarlo Y reducirlo a una árida casuística: ¿cuántas horas se puede trabajar en domingo? ¿Qué trabaja se puede realizar? ¿Cuándo es pecado estar ausente en la Misa? Quizás también nosotros busquemos una excusa al decir” ¡Es domingo!”. para no prestar un servicio a los hermanos, para no hacer el bien. como los fariseos del relato evangélico de hoy. La Iglesia, en un texto del Concilio Vaticano II, nos ha vuelto a proponer el verdadero significado religioso del domingo al dar una formulación más humana y menos casuística de la obligación de la Misa festiva: “En este día –se lee allí– los fieles deben reunirse en asamblea para escuchar la palabra de Dios y participar en la Eucaristía y así recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús. El domingo debe ser propuesto e inculcado en la piedad de los fieles, de manera que resulte día de alegría y de descanso” (SC 8).
Día de alegría y de fiesta: resulta hermoso volver a descubrir así el domingo como la fiesta del pueblo cristiano, como el signo de su redención y de su elección. Hay un texto de la Biblia que expresa en forma conmovedora todo esto: Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: “Éste es un día con sagrado al Señor, su Dios; no estén tristes ni lloren”. Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley. Después añadió: “Coman bien, beban un buen vino y manden una porción al que no tiene nada preparado, porque éste es un día consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes” (Neh. 8, 9 ssq.).
Que la alegría del Señor que alcanzamos en este día de fiesta sea en verdad nuestra fuerza para toda la semana.
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HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
Santificar las fiestas
– Las fiestas cristianas.
Como leemos en la Primera lectura de la Misa, fue Dios mismo quien instituyó las fiestas del Pueblo elegido y quien urgía su cumplimiento: Guarda el día del sábado santificándolo, como el Señor tu Dios te ha mandado. Durante seis días puede trabajar y hacer tareas; pero el día séptimo es día de descanso dedicado al Señor tu Dios. No haréis trabajo alguno... Además, sábado existían entre los judíos otras fiestas principales: Pascua, Pentecostés, Tabernáculos..., en las que se renovaba la Alianza y se daban gracias por los beneficios obtenidos. El sábado, después de seis días de trabajo para los propios quehaceres, era el día dedicado a Dios, dueño del tiempo, en reconocimiento de su soberanía sobre todas las cosas. La observancia de este día sería uno de los distintivos del pueblo judío entre los gentiles.
En tiempo del Señor se habían introducido muchos abusos rigoristas que dieron lugar a enfrentamientos de los fariseos con Jesús, como el que nos relata el Evangelio de la Misa: un sábado atravesaban un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?... Cristo les recuerda que las prescripciones acerca del descanso sabático no tenían un valor absoluto y que Él, el Mesías, es el Señor del Sábado. Jesucristo tuvo un gran aprecio del sábado y de las festividades judías, aun sabiendo que con su llegada quedarían abolidas todas estas disposiciones para dar lugar a las fiestas cristianas. San Lucas nos ha dejado escrito que la Sagrada Familia iba todos los años a Jerusalén para la Pascua. También Jesús celebra cada año este aniversario con sus discípulos. Le vemos, además, santificar con su presencia la alegría de unas bodas, y en su predicación emplea frecuentes ejemplos de festejos domésticos: el rey que celebra las bodas de su hijo, el convite por la llegada del hijo que se había marchado lejos de la casa paterna y que retorna de nuevo... El Evangelio está dominado por una alegría festiva, señal de que el novio, el Mesías, se encuentra ya entre sus amigos.
El mismo Señor ha querido que celebremos las fiestas, en las que, dejando las ocupaciones habituales, le tratemos con mayor intensidad y sosiego, dediquemos más tiempo a la familia, y demos al cuerpo y al alma el descanso necesario. Las Santa Misa es el centro de la vida cristiana, sin la cual todo lo demás carecería de sentido; sería como un cuerpo sin alma: un cadáver. Verdaderamente, el domingo es el día que ha hecho el Señor para el gozo y la alegría. Y es en la Santa Misa donde encontramos siempre la Fuente de la alegría, de un gozo y una paz inagotables.
– El día del Señor.
La resurrección del Señor tuvo lugar “el primer día de la semana”, como atestiguan todos los Evangelistas, y en la misma jornada, por la tarde, se apareció a sus discípulos reunidos en el Cenáculo, mostrándoles las manos y el costado con las señales palpables de la Pasión; y ocho días más tarde, es decir, el siguiente “primer día de la semana”, se apareció Jesús de nuevo en circunstancias parecidas. Es posible que el Señor quiera indicarnos que ese día primero comenzaba a ser una fecha muy particular; así lo entendieron al menos los primeros cristianos que, desde el comienzo, empezaron a reunirse y a celebrarlo, de tal manera que lo denominaban el día del Señor, dominica dies, donde tiene su origen el nombre de domingo. Los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas de San Pablo muestran cómo nuestros primeros hermanos en la fe se reunían el domingo para la fracción del pan y para la oración, y lo mismo se ha hecho hasta nuestros días. Así amonestaba a los cristianos un documento de los primeros siglos: “No pongáis vuestros asuntos temporales por encima de la palabra de Dios, sino, abandonando todo el día del Señor para oír la Palabra de Dios, corred con diligencia a vuestras iglesias, pues en esto se manifiesta vuestra alabanza a Dios. Si no, ¿qué excusa tendrán cerca de Dios los que no se reúnen el día del Señor para oír la palabra de Dios y alimentarse con el alimento divino que permanece eternamente?”.
Para nosotros, el domingo ha de ser una fiesta muy particular y apreciada, tanto más cuanto que en muchos lugares parece perderse su sentido religioso de siempre. Así escribía San Jerónimo: “Todos los días los hizo el Señor. Hay días que pueden ser de los judíos, de los herejes o de los paganos. Pero el día del Señor, día de la resurrección, es el día de los cristianos, nuestro día. Se llama día del Señor porque después de resucitar el primer día de la semana judía subió al Padre y reina con Él. Si los paganos lo llaman día del Sol, nosotros aceptamos de buen grado esta expresión. En este día resucitó la Luz del mundo, brilló el Sol de la justicia”.
Desde el comienzo y de una manera ininterrumpida se celebró esta fecha de modo muy particular. “La Iglesia –enseña el Concilio Vaticano II–, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio Pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor o domingo”.
“Por eso el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo”.
Comenzamos a vivir bien este día –y todas las fiestas– cuando ya en sus inicios tratamos de imitar la fe y la alegría –siempre nueva– de aquellos hombres y mujeres que, en el primer domingo de la vida de la Iglesia, se encontraron con Cristo resucitado. Trataremos de imitar a Pedro y a Juan camino del sepulcro, a María Magdalena, que reconoce a Jesús cuando la llama por su nombre, a los discípulos de Emaús..., pues es al mismo Señor al que vamos a ver. Y para celebrar la fiesta, nuestros primeros hermanos en la fe nos enseñaron que el domingo y el vivir con particular atención y piedad la Santa Misa son inseparables, por la íntima y profunda relación de ambos con el Misterio pascual. Por lo cual, desde el comienzo, la Sagrada Eucaristía constituyó el centro del día. Hoy nos podemos preguntar en nuestra oración si cada domingo tratamos de realizar las normas habituales de piedad con particular sosiego, si consideramos el sentido de nuestra filiación divina, si procuramos buscar intensamente la presencia de Dios.
– Apostolado acerca de la naturaleza de las fiestas y del domingo. El descanso festivo.
Ante la reevangelización del mundo, es particularmente urgente realizar un apostolado eficaz, que cale en las familias, acerca de la santificación de las fiestas: sobre el significado del domingo y el modo cristiano de vivirlo, porque hay gente que se entibia en la vida espiritual por un descanso mal planteado, en el fin de semana. “Deber vuestro es la preocupación por hacer que el domingo se convierta en el día del Señor, y que la Santa Misa sea el centro de la vida cristiana... Debe ser el domingo un día para descansar en Dios, para adorar, suplicar, dar gracias, invocar del Señor el perdón de las culpas cometidas en la semana pasada, pedirle gracias de luz y de fuerza espiritual para los días de la semana próxima”, que comenzaremos entonces con mayor alegría y deseos de acometer con perfección el trabajo.
Y podremos enseñar a muchos a considerar este precepto de la Iglesia “no solamente como un deber primario, sino también un derecho, una necesidad, un honor, una suerte a la cual un creyente vivo e inteligente no puede renunciar sin motivos graves”.
No se trata sólo de la consagración genérica del tiempo a Dios, pues eso ya se contiene en el primero de los Mandamientos. Lo propio de este precepto es reservar un día preciso para la alabanza y servicio del Señor, tal como Él quiere ser alabado y servido. Dios puede “exigir del hombre que dedique al culto divino un día a la semana, para que así su espíritu, descargado de las ocupaciones cotidianas, pueda pensar en los bienes del Cielo y, en la escondida intimidad de su conciencia, examinar cómo andan sus relaciones personales, obligatorias e inviolables, con Dios”.
Nunca puede ser para nosotros el descanso dominical, y el de las demás fiestas, un tiempo de reposo más, insulsamente lleno de ociosidad, disculpable quizá en quien desconoce a Dios. “Descanso significa represar: acopiar fuerzas, ideales, planes... En pocas palabras: cambiar de ocupación, para volver después –con nuevos bríos– al quehacer habitual”. Se trata de un “descanso dedicado a Dios”, y aunque se vaya produciendo un fuerte cambio de costumbres, el cristiano debe entender siempre que también hoy “el descanso dominical tiene una dimensión moral y religiosa de culto a Dios”.
Las fiestas son ocasión para dedicar mayor tiempo a la familia, a los amigos, a aquellas personas que el Señor nos confía, para aprovechar esa mayor holgura y dedicarse con sosiego a la atención de los demás; para los padres representa la oportunidad –que quizá no tendrán a lo largo de la semana– de hablar con los hijos, o para hacer alguna obra de misericordia: visitar a un pariente enfermo, al vecino, a un amigo que se encuentra solo...
Como los demás días, pero especialmente en las fiestas, hemos de “saber tener todo el día cogido por un horario elástico, en el que no falte como tiempo principal –además de las normas diarias de piedad– el debido descanso, la tertulia familiar, la lectura, el rato dedicado a una afición de arte, de literatura o de otra distracción noble: llenando las horas con una tarea útil, haciendo las cosas lo mejor posible, viviendo los pequeños detalles de orden, de puntualidad, de buen humor”.
La alegría que embargó a la Santísima Virgen el Domingo de Resurrección será también nuestra si sabemos poner al Señor en el centro de nuestra vida, dedicándole con especial generosidad los días de fiesta.
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Rev. D. Ignasi FABREGAT i Torrents (Terrassa, Barcelona, España) (www.evangeli.net)
«El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado»
Hoy como ayer, Jesús se las ha de tener con los fariseos, que han deformado la Ley de Moisés, quedándose en las pequeñeces y olvidándose del espíritu que la informa. Los fariseos, en efecto, acusan a los discípulos de Jesús de violar el sábado (cf. Mc 2, 24). Según su casuística agobiante, arrancar espigas equivale a “segar”, y trillar significa “batir”: estas tareas del campo —y una cuarentena más que podríamos añadir— estaban prohibidas en sábado, día de descanso. Como ya sabemos, los panes de la ofrenda de los que nos habla el Evangelio eran doce panes que se colocaban cada semana en la mesa del santuario, como un homenaje de las doce tribus de Israel a su Dios y Señor.
La actitud de Abiatar es la misma que hoy nos enseña Jesús: los preceptos de la Ley que tienen menos importancia han de ceder ante los mayores; un precepto ceremonial debe ceder ante un precepto de ley natural; el precepto del reposo del sábado no está, pues, por encima de las elementales necesidades de subsistencia. El Concilio Vaticano II, inspirándose en la perícopa que comentamos, y para subrayar que la persona ha de estar por encima de las cuestiones económicas y sociales, dice: «El orden social y su progresivo desarrollo se han de subordinar en todo momento al bien de la persona, porque el orden de las cosas se ha de someter al orden de las personas, y no al revés. El mismo Señor lo advirtió cuando dijo que el sábado había sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado (cf. Mc 2, 27)».
San Agustín nos dice: «Ama y haz lo que quieras». ¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él.
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EXAMEN DE CONCIENCIA PARA SACERDOTES – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
Recibir la misericordia y hacer el bien
«Extiende tu mano».
Eso manda Jesús.
Te lo manda a ti, sacerdote, enfrente de los que lo persiguen, de los que lo juzgan, de los que lo calumnian, de los que lo injurian, de los que no creen en Él, y no cumplen su ley. Y te pone a ti, en medio de ellos, para demostrarles que Él es el Rey.
Tu Señor te ha elegido a ti, sacerdote, con todas tus limitaciones, con todos tus defectos, con todas tus miserias, con todos tus errores. Y te ha bendecido con su misericordia, porque tú lo has escuchado, has obedecido y has acudido a su llamado.
Tu Señor te ha curado de la enfermedad del pecado, y te ha liberado del mundo. Él ruega al Padre por ti, no para que te saque del mundo, porque tú, sacerdote, no eres del mundo, sino para que te libre del mal, porque has sido enviado a ser como Él, a ser ejemplo, y a hacer las obras que hace Él en medio del mundo.
Tu Señor te ha mandado que extiendas tu mano, para que recibas su misericordia, y te envía a hacer el bien con todo lo que Él te ha dado.
Procura, sacerdote, siempre el bien entre todos, animándose unos a otros, sosteniendo a los débiles, y siendo paciente con todos, permaneciendo en la alegría de tu Señor y en la oración, con las manos extendidas para que recibas los tesoros de su corazón, que son la ciencia y la sabiduría de Dios.
Tu Señor te quiere dar, sacerdote, en todo momento, en todo lugar, porque quiere enseñarte que siempre es tiempo de misericordia, porque siempre es tiempo de amar.
Y tú, sacerdote, ¿obedeces a Dios, o a los hombres?
¿Administras bien la misericordia de tu Señor, sabiendo que es infinita, o la guardas y la limitas?
¿Permites a tu Señor hacer el bien, a través de ti, en cualquier momento, o niegas su favor a su pueblo porque no tienes tiempo?
¿Aceptas a tu Señor como tu amo y tu maestro, y cumples sus mandamientos?
Escucha la voz de tu Señor, sacerdote. Atiende su Palabra y actúa con prontitud, obedeciendo lo que te manda, con una buena actitud, apacentando a su rebaño, obrando con rectitud, amando a Dios por sobre todas las cosas, y también a tus hermanos, cumpliendo la ley, y dándole plenitud.
Persevera, sacerdote, en el cumplimiento de tu misión, en medio de la calma o de la tribulación.
Tú eres sacerdote para siempre. Por tanto, ama siempre, perdona siempre, haz el bien siempre, persevera en la fe y ponla en obras siempre, enseña, rige, y santifica al pueblo de Dios siempre, y que sea tu vida un ejemplo para ellos, configurado con Cristo Buen Pastor siempre.
No tengas miedo, sacerdote, a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teme más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en el infierno.
Ten el valor, sacerdote, de declarar a tu Señor ante los hombres, y no lo niegues; antes bien, extiende tu mano y da testimonio de Él, llevando la misericordia de tu Señor a todos tus hermanos.
Es tiempo de amar, sacerdote, es tiempo de dar, es tiempo de reparar el daño causado por el pecado al Corazón Sagrado, que tantas gracias te ha dado. Es tiempo de paz, es tiempo de hacer el bien, es tiempo de arrepentimiento, es tiempo de misericordia.
(Espada de Dos Filos III, n. 71)
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